Te prometo anarquía, velocidad y silencio

Hace años escuchaba a un amigo cuyo tema preferido era el amor. Mientras hablaba, yo pensé que todas sus palabras deberían estar siendo atendidas por la enamorada que tenía él por aquellos tiempos. Seguramente ella dimensionaría los conceptos mezclados con sensaciones que mi amigo me compartía con tanta devoción. Aquella era una de esas conversaciones, si se le puede llamar así, donde una de las partes tiene una función: escuchar. Mi opinión sobre todo lo que mi amigo dijo en la charla era lo de menos.

Hablar sobre el amor, así como un concepto, es algo que muchos podemos hacer. Pero hablar sobre el amor que uno siente, por lo menos en mi caso, resulta imposible. Prefiero la sensación de no saber por qué siento lo que siento, por qué amo. Prefiero que el enigma cubra al sentimiento y que las palabras resulten más torpes que el silencio para definirlo. Así, cada quien tiene su propia manera de explicarse la manera de experimentar el amor. Para Freud, por ejemplo, aprendemos que el amor es la satisfacción de necesidades donde se elige como objetos a personas que intervienen en la búsqueda de nuestros deseos (nuestros padres en la infancia). Nos vamos educando para que el amor sea una tendencia a demandar en el otro que sea más de lo que ya es, lo que generará un contraste entre lo que se busca y lo que se encuentra. El bueno de Fromm, al que nunca entendí por completo, reconoce al verdadero amor casi como el desapego, como la total aceptación del otro que irradia algo irrepetible. El otro que nos provoca y nos completa. La visión de Fromm, la de un amor sin apegos, siempre me ha parecido un tanto utópica. El otro es nuestro objeto de deseo. Su sola presencia nos embrutece, nos embriaga, cambia nuestra personalidad. ¿Cómo no intervenir en el otro cuando se ama? En fin.

Lo anterior viene al caso porque anoche se presentó la última película del #FICD, Te prometo anarquía (México, 2015). Antes que iniciara la proyección del filme, su director, Julio Hernández Cordón, advirtió al público que aquello se trataba de una historia de amor. Un amor que para muchos, en los que me incluyo, resulta inexplicable, insostenible. Un amor que es más fuerte (posesivo) de una parte y más libre (salvaje) de la otra. Un amor entre dos chicos patinetos en la Ciudad de México.

Observando el filme no pude dejar de pensar en Kids (1995) de Larry Clark. Ahí estaban los mismos elementos: adolescentes que vagan en sus patinetas buscando drogas, sexo y aventuras. Pero el trasfondo de Te prometo anarquía es mucho más oscuro que la trasmisión de enfermedades venéreas. Se trata de la tenebrosa red criminal que alimenta a este país con horror. La relación entre Miguel y Johnny, los personajes principales; además de amorosa (erótica), es de trabajo. Ordeñar sangre es una manera sencilla de ganar dinero. Pero cuando el compromiso requiere a 50 personas y hacer tratos con lo más bajo del hampa chilango, aquello se sale de control. Con un sound track alucinante y una fotografía fiel a la suciedad y el abigarramiento de la Ciudad de México, que hacia el final de la película contrasta con el mundo “civilizado” estadounidense, Te prometo anarquía no se limita para presentarnos, con todas sus dimensiones, una historia que, como ya se vio, su director reconoce como una historia de amor. Citando el título de la biografía del escritor David Foster Wallace, «Todas las historias de amor son historias de fantasmas», al final queda un silencio que espanta.

Acá no encontraremos el erotismo al que estamos acostumbrados, ni si quiera la manera de presentar la violencia inherente a nuestro momento histórico es la que se sospecha, lo que es un gran acierto. Los personajes del filme no son actores profesionales, y los principales aún tienen la calidad de amateurs; sin embargo hay una naturalidad en sus representaciones que cubren las carencias generales en este rubro. Un trabajo fílmico anárquico, como su título, y un director al que hay que seguirle la pista. El sexto Festival Internacional de Cine en el Desierto ha finalizado como empezó, con una proyección de gran calidad para los espectadores de una sala llena, viva.

*Iván Ballesteros Rojo. Es escritor.

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