Rafael Villegas, escritor nayarita radicado en Guadalajara, acaba de publicar su más reciente libro (bueno, justo cuando escribo estas líneas de introducción, se estrena con un libro doble de cuentos en la editorial jalisciense Paraíso Perdido, que lleva por título “Apócrifa”), “Animal verdadero”, novela que ya pueden encontrar en las principales librerías de México. Por este motivo, platicamos con el autor en una escapada que tuvo de su encuentro de becarios del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA).
“En un plano más general, me interesan las cosas que se desmoronan, ya sean personas o países”
Se puede decir que Animal verdadero es un libro atípico. Su historia transcurre en otro país, su protagonista es nacido en EUA, aunque de padres mexicanos. Sin embargo, su conexión con México es inexistente, no conoce nuestra cultura, al menos de joven, y no le importa y es, por derecho ganado, un genuino hijo de Norteamérica, como lo demuestran las primeras escenas de la novela (¡qué mayor acto de afirmación del ser americano que el cometido por Luther Morán!). En este sentido, Animal verdadero no muestra, como novela escrita por un mexicano, algún tipo de preocupación por comprender la cultura mexicana ni latinoamericana; no leemos en ella las andanzas de un exiliado político, de un estudiante mexicano luchando por adaptarse al campus universitario y a la sociedad estadounidense, de un diplomático, o bien de un escritor mexicano radicado en Estados Unidos. Ni siquiera como libro de género o thriller toca temáticas familiares; no hay narcotráfico, no hay corrupción ni política. Quizás es por esto que produce en el lector un extrañamiento, porque se espera cualquier señal, vínculo, guiño con la literatura o temáticas mexicanas acostumbradas, lo cual no sucede. Fácilmente el libro, si cambiamos el nombre del autor, pasa por una obra norteamericana preocupada por el American way of life.
De hecho, cuando la novela salió, en el sitio web de El Péndulo aparecía bajo el rubro de “Literatura norteamericana”, pero ya lo corrigieron.
-¿Esta fue tu intención, porque, entre otros temas, parece un ejercicio de comprensión de los demonios de nuestros vecinos y, a la vez, una reivindicación de tu gusto por aspectos particulares de su cultura?
Pienso que abordar Estados Unidos es una manera de acercarme a México, aunque tangencialmente. Entre los nacionalismos que arrastramos desde el siglo XIX y el realismo más duro, en ocasiones la imaginación sale perdiendo. Me gusta pensar que podemos escribir de lo que se nos antoje, pero estoy seguro de que en México es más difícil vender, por ejemplo, una novela ubicada en Alfa Centauri a una que pase en la Condesa. En México se pueden vender historias que suceden en Alfa Centauri, pero sólo si en la portada va un apellido extranjero. Y esto es peligroso. Es una confirmación, a nivel de la imaginación, de una desigualdad histórica, de la existencia de centros y periferias. Desde los centros se puede invadir o visitar con facilidad las periferias; desde las periferias esto no es posible, parece que debemos conformarnos con lo más inmediato. No creo que debamos aceptar esto. Aquí, creo, hay ya una postura que es a la vez política y estética. México ha sido tema para los creadores extranjeros desde siempre. Lo de Coco no es nada nuevo. Esto lo documentó muy bien Emilio García Riera en los volúmenes de México visto por el cine extranjero. Pienso en los turistas cuando vienen a México y toman fotos, por igual, de paisajes, monumentos o indígenas. No me imagino, como mexicano, yendo a Manhattan para tomarle fotos a los neoyorquinos en su estado natural en Central Park. Con Animal verdadero quise regresarles el “favor”, verlos desde esta periferia que es México. Quise meterme con la cultura estadounidense, con su obsesión por las armas, con su belicismo, con su violencia, pero también con la belleza de su música, sus ficciones y sus escenarios. Mi acercamiento a Estados Unidos, por otra parte, no es cosmopolita. Primero porque me concentro en una de sus periferias internas, un pueblo perdido del oeste estadounidense; y segundo, porque finalmente escribo sobre Estados Unidos desde acá. He visitado ese país varias veces, pero finalmente no es mi campo de acción inmediato o cotidiano. A mí esto me parece irresistible, la oportunidad de conocer algo de lo que, de entrada, no sé gran cosa. En los talleres literarios se suele recomendar: “escribe de lo que sabes o de lo que conoces”. Es una tontería. Si siempre fuera así, no existirían los libros de Julio Verne o 2001, de Kubrick. Todos escribiríamos sobre el Dr. Simi o, peor, sobre uno mismo. Los infiernitos personales de los escritores no me interesan mucho.
-Respecto a nuestro protagonista, Luther Morán, es un hombre que nunca se encontró a sí mismo, que no cupo ni en el mundo normal ni en el mundo postguerra. Que descubre, aunque no parece importarle, que lo que hizo tuvo un resultado contrario al esperado. Esta desazón se siente además por la forma en la que está narrada la novela, avanzando y retrocediendo en el tiempo. Cuenta un poco de dónde proviene este personaje.
Me interesa, como a tantos otros, el tema del mal y la violencia. Quería conocer los puntos en los que se entrelazan la violencia local, como los asesinatos masivos, y la violencia de mayor escala, como las guerras. Son dos dimensiones entre las que se teje en buena medida la conciencia estadounidense, pero, sobre todo, la conciencia de nuestra época. He dicho ya que me interesa Estados Unidos como lugar, pero también como tiempo. El tiempo de Estados Unidos, una época de dominio concreto e imaginario de esta nación sobre el resto del mundo, da muestras de estar llegando a su fin. En un plano más general, me interesan las cosas que se desmoronan, ya sean personas o países. Luther surgió como una entrada a este tiempo de decadencia. El personaje es desesperanzador porque ha asumido las condiciones del mundo en el que vive y por el que se desplaza. Es decir, no quise tanto individualizar al monstruo que mata, volverlo una excepción a la regla. No quiero justificarlo. Luther mata porque él mismo es Estados Unidos, es un asunto estructural. Estados Unidos tiene alrededor del cuatro por ciento de la población mundial, pero tiene el treinta y tantos por ciento de los asesinos masivos. Luther, además, mata porque es hombre. No digo nada que no sepamos ya: el 95 % de los asesinos del mundo son hombres. Eso es un sistema, y si no lo vemos, o no lo queremos ver, tal vez es porque de alguna manera nos beneficiamos de él. De ahí mi interés por explorar en Animal verdadero la relación de Luther con su padre, el estira y afloja de una enfermiza masculinidad heredada y en constante crisis. No se trata de dar respuestas, claro, la novela no está para responder nada. En todo caso, busco generar una duda esencial con esta historia. Me interesa más que esa pregunta invada la mente de los lectores, que anide ahí y los inquiete.
-La historia parece sugerir, y quizás me extralimito en mi lectura, que estos brotes de violencia como el que narras persiguen (pienso en todos los tiroteos mortales de las últimas semanas), de alguna forma el emparejamiento del destino individual (ya lejos de lo que el sueño americano promete) con el destino común de esta nación: fracaso y muerte, pero signado más por un impulso infantil (casi un berrinche autista) que por la defensa de una grandeza perdida.
Ahí está Donald Trump como un berrinche encarnado. Impulsivo e infantil, incapaz de reconocer nada más allá de sí mismo. Él también es estructural, no una excepción. Es el delirio cotidiano, racista y machista estadounidense colocado en la Casa Blanca. Una parte de la población estadounidense ha decidido votar por una caricatura de sí misma. Han votado por el tiempo de Estados Unidos, por un pasado idealizado que nunca existió. “Make America Great Again”. En buena medida, Trump es presidente por pura nostalgia, que es la manifestación sentimentaloide de la memoria. Porque, claro, no son lo mismo memoria y nostalgia. La nostalgia es sólo una forma de la memoria. Una forma que, además, hoy se empaqueta y se vende, como lo vemos en el retorno de las barberías o en esa secuela de Star Wars, que más bien es remake y reboot. Alguien me dijo que Los años maravillosos fue nuestro Stranger Things, lo decía por aquello de que está ubicada en los sesenta-setenta, una época anterior a la de su producción a finales de los ochenta. Pero no es así, que una ficción trate el pasado no la hace nostálgica. Para que una historia sea nostálgica el abordaje debe ser en esencia sentimental y, además, debe borrar las contradicciones de ese pasado, idealizarlo. En Los años maravillosos se mantienen, latentes, los problemas de la era de Nixon, la guerra de Vietnam, las secuelas de la guerra de Corea, etcétera. En Stranger Things se ha despojado a los ochenta de sus contradicciones. La infancia idealizada se enfrenta, eso sí, a la monstruosidad que amenaza al otro lado del espejo. Pero más acá, de este lado, todo es ingenuo y maravilloso. Por otra parte, la forma misma de Stranger Things es una imitación, un pastiche, algo que no pasaba en Los años maravillosos, que era una serie formalmente ochentera. Se nota que me gusta Los años maravillosos, y es porque aunque trata el pasado, no lo hace con nostalgia. Uno de los poquísimos puntos de acceso de Luther a su memoria es el cabello de Winnie Cooper, el personaje de Los años maravillosos. Pero nada más. El peligro de la nostalgia es hacernos creer que hubo tiempos mejores, más limpios que éste que vivimos. Eso no es cierto para el mundo de ficción de Animal verdadero y, creo, tampoco lo es para el nuestro. Luther ha decidido sobrevivir en este mundo post apocalíptico y, para hacerlo, de alguna forma se ha despojado a sí mismo de la memoria. Es verdad que narro eventos que pasan antes o después que otros, pero no hay un punto de referencia temporal claro. Luther es un presentista consumado.
-Tras el comienzo de Animal verdadero uno espera que la espiral de sangre y muerte se extienda. Pero es una novela violenta sólo al principio, al menos explícitamente. Luego, entre otros temas, lo que se narra es la manera en la que la gente trata de adaptarse a un nuevo orden, aunque buscando volver a ser lo que eran, lo cual, inevitablemente, lleva al mismo resultado: más muerte y dolor.
Sí, me interesa el proceso de normalización de las sociedades y las personas después de un hecho traumático. Se trata de sobrevivir. Empiezo con la matanza que realiza Luther, muy joven, en una primaria de su pueblo en Wyoming. En esto no hay spoiler, es la premisa de la novela. Quería saber cómo sobrevive una persona a su propio mal. También quería saber si el lector es capaz de seguir a lo largo de muchas páginas con un personaje monstruoso como éste, poner a prueba la capacidad de empatía del lector. Al empezar con la violencia tremenda, también quise evitar que la novela tratara morbosamente sobre el hecho violento mismo. Más bien, Animal verdadero trata sobre el regreso de Luther a casa, muchos años después de matar a veintitantas personas en 1998.
-Animal verdadero muestra que a fin de cuentas, y para su propia desgracia, el hombre, por más empeño que ponga en lo contrario, está destinado a sobrevivir. Sin embargo, en caso de una hecatombe, no puedo evitar pensar que solo quedarían las cucarachas y la cultura pop más acendrada.
Creo que vamos a sobrevivir, algo que me emociona y me espanta a la vez. Me conmueve imaginar que algo que imaginamos y creamos, una canción, una historia, una imagen, pueda atravesar el tiempo y la muerte para alcanzar a otros. No podemos saber qué sobrevivirá y qué condiciones harán posible su supervivencia. Pero lo mismo pasa ahora. La cultura a la que tenemos acceso siempre es una parte mínima de toda la que ha existido alguna vez. De alguna manera, el mundo humano siempre es post apocalíptico. Siempre termina, siempre se olvida, siempre muere. Siempre nos quedamos con apenas un puñado de lo que existió. La cultura pop aportará al futuro una parte de nosotros. Alguien sabrá de nosotros a través de ella. Y creo que está bien. Yo le debo mucho a la cultura popular (a la ciencia ficción, al horror, al noir, a las revistas de ovnis, crímenes y cosas extrañas, a la televisión, al cómic, a los cuentos de hadas, a la mitología, a los relatos religiosos, a las historias de viajes y aventuras), precisamente por eso, además de amarla, la miro con desconfianza. Recelo de lo que quiero. Me interesa lo pop, pero sólo si puedo desarmarlo y armarlo de formas nuevas, no para hacerle reboots, remakes, secuelas, trivias y homenajes. Eso es cosa de fans. El amor no puede ser la única forma de acercarnos al arte. Ahora mismo, parece que los lectores-espectadores se convierten en fans, y que los creadores se convierten en meros productores de objetos de consumo. Esto incluso afecta a la crítica. Se ha inventado el término hater para desestimar cualquier opinión crítica al producto o marca que amamos. Lo que resulta revelador de esto es la reducción de nuestra experiencia del arte a los conceptos de odio o amor. Creo que si de verdad amamos la cultura pop, debemos quebrarla, propiciar una tensión que la estire hacia el futuro y no que persista en la repetición. Eso me interesa, hacer, por llamarlo de alguna forma, un hard pop, un pop mestizo, sucio, liminar. Esto implica, claro, un reconocimiento y un amor no incondicional por la cultura popular en cualquiera de sus formas, pero también una voluntad para experimentar con ésta. Aunque de ahí salgan esperpentos irreconocibles. Se trata de transformar nuestra mirada, de saber que todo cambia y desparece, incluso lo que más amamos.
*Rafael Villegas (Nayarit, 1981). Es autor de una decena de libros, entre los que destacan Animal verdadero (Ediciones B México, 2017), Apócrifa (Paraíso Perdido, 2017) y Juan Peregrino no salva al mundo (Paraíso Perdido, 2012). Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2005, Premio Nacional de Cuento José Agustín 2009 y becario de Jóvenes Creadores del FONCA (2010-2011 y 2016-2017). Es Doctor en Historiografía por la Universidad Autónoma Metropolitana y trabaja como profesor en la Universidad de Guadalajara.
∗Alfonso López Corral (Navojoa, 1979). Autor de La noche estaba afuera (Tres Perros, 2011), Musiquito del Talón (Tierra Adentro, 2013) y Cien caballos en el mar (Paraíso Perdido, 2017)