Murakami va a la playa

Una clasificación un tanto banal de los autores es referirse a ellos como aquellos que van a la playa y aquellos que no van. Me explico: es frecuente ver a ciertos turistas asoleándose y con el semblante entretenido con una obra de digestión fácil. Es definitivo que Kafka, Borges, Chesterton y Schopenhauer no van a la playa, sus libros no son vistosos y señalados con estrellas por la crítica internacional, no tienen el sello de best seller en sus portadas, y en el caso del último, es un tanto difícil, verán, hay que sacar demasiadas notas, digerir cada frase, reflexionarla, cuidarse de que la arena no caiga en sus páginas, esquivar el agua que salpican los veraneantes… No sé si es un cliché o un estereotipo decir que los lectores de literatura de best sellers acostumbran asolearse mientras leen pero es una imagen que tengo.

Aunque podría estar equivocado. El caso de Haruki Murakami parece estar colocado en la frontera de los lectores que podríamos llamar “serios” y el tipo de lector playero que busca una obra de fácil asimilación, una obra entretenida que, sin ser tan cerebral, pueda atraparlo. Ciertas características de su escritura lo acercan la cultura pop, su imaginación es la de un artista del anime, su novelística ha sido vista por algunos críticos como arte verdadero, digno de mención por parte de los académicos, otros han ido más lejos al pensar en Murakami como candidato a un Nobel de Literatura (lo cual, dado una nueva tendencia de la Academia me resulta más probable ahora que se ha premiado a Bob Dylan y Kazuo Ishiguro, cuyas trayectorias tienen más cercanía con las masas). Ciertos rasgos de la personalidad de Murakami parecen defender una postura en la que la cultura popular, de veraneantes despreocupados y nada estirados tendría un papel primordial. Murakami genera su mensaje constantemente sin importarle el desprecio de muchos críticos de su país, le gustan los deportes, corre maratones, no desdeña los cuestionamientos de los reporteros que le preguntan si le gusta la serie Lost. Murakami es lo que Umberto Eco definiría como un “integrado” al señalar sus gustos: “Me gustan Mahler y Los Soprano”, nos dice. Así, sin limitaciones de ninguna especie, deja notar que la cultura es universal y no admite categorías basadas en el nivel social o económico de una persona. El autor se convierte en un puente entre distintos códigos: Oriente y Occidente, que con frecuencia parecen no conciliables. Ese sincretismo es celebrado y defendido en Occidente donde siempre se ha reconocido la importancia de escritores como Salman Rushdie y Orham Pamuk, capaces de usar códigos de distintos mundos. La razón por la que hable de Murakami ahora tiene que ver la estrategia de las editoriales de tratar a sus autores como fueran autores para leer “en la playa” sin señalar sus virtudes artísticas. Es tanta la fama del autor, es tanta su presencia en los medios que caemos en la gravitación de este fenómeno de masas. En el estruendo de los mensajes que salpican nuestra vida diaria, la omnisciencia de un autor nos obliga a leerlo por curiosidad primero, luego aprendemos a seguir su producción por la convicción que tenemos de su calidad, es definitivo que Murakami sabe venderse en un mundo dominado por “integrados” para terminar seduciendo a algunos “apocalípticos”, usando la dualidad propuesta por Umberto Eco. El autor empezó a escribir a los treinta años, época en la que también se interesó en correr maratones. Dice que en aquel entonces regenteaba un club de jazz. Cierto detalle curioso de su personalidad: decidió ser escritor mientras veía un partido de béisbol en una jugada clave en el instante preciso en que el bateador golpeaba la bola.

Jazz, maratones, beisbol, series de televisión; las lagunas y deficiencias de nuestra educación nos han enseñado a no relacionar todo esto con la literatura, pero la vida y obra de Murakami integra sus gustos, preferencias, inquietudes, esperanzas y los condensa en sus historias que nunca dejan de tener contacto con sus lectores. Muestra de manera natural un mundo cuyos tema son el erotismo, lo mágico, lo surreal, la lucha entre la memoria de las personas, los sueños, los universos alternos, la transmutación de la realidad. Todas estas premisas se proyectan en su ambiciosa y a veces no tan celebrada novela 1Q84 (2009-2010), libro propuesto en tres entregas que suman mil páginas. 1Q84 narra dos historias alternadas, presentadas como un contrapunto: la de una joven instructora de artes marciales y terapeuta llamada Aomame y la historia de un aspirante a novelista llamado Tengo; sólo en el tercer libro aparece contrapunteando la figura de Ushikawa, un personaje secundario en las primeras dos partes. Aomame también es una asesina serial sedienta de venganza hacia los hombres que han abusado física y psicológicamente a mujeres cercanas a ella, su modus operandi consiste en insertar una aguja en la nuca de sus víctimas para localizar un punto en el cerebro que desactiva sus funciones vitales. Por su parte, Tengo ha corregido la obra de una escritora de diecisiete años, Eriko Fukada o Fukaeri, para convertirla en una novelista célebre, se trata de un fraude literario bien orquestado por su jefe Komatsu. Tengo fungirá como un asesor técnico que corregirá la obra de Fukaeri para darle una buena presentación, pueda ganar un concurso literario y luego crear una empresa de representación. Lo que Tengo no sospecha es que la obra de Fukaeri narra hechos reales que le incumben a él. Tampoco Aomame sabe que, al encargarse del asesinato del líder de una secta poderosísima, será parte de un proceso ritual. Las vidas de Tengo y Aomame se habrán de conjuntar en este nuevo mundo. Serán una parte importante de él.

1Q84 es una novela de volumen considerable, un ambicioso y adictivo cuento de hadas, o mejor dicho, de duendes. Una de las razones de su éxito al alcanzar ventas que los califican como best seller es el creciente interés de la gente que ve en Murakami a un escritor popular que rescata la comprensión mágica del mundo que hay en toda cultura, aunque la percepción de otros lectores más curtidos los lleve a cierto desprecio por las páginas de este llamado “poeta vernáculo de Japón”. Lo cierto es que la impresión que me dio Murakami al leerlo fue de satisfacción combinada con perplejidad. Es evidente que sus páginas tienen fuerza, mueven gradualmente el interés del lector (hablo desde mi individualidad tratando de extrapolar mi experiencia). Como todo gran novelista Murakami conoce los trucos para lograr un interés constante de parte del lector: las dilaciones calculadas para aumentar la tensión dramática antes de concretar un hecho, la ocultación conveniente de los detalles sin dar una perspectiva definitiva de una situación, la premisa de mostrar un rompecabezas desarmado para estimular las pretensiones detectivescas del lector que cree poder anticiparse a los hechos; después de todo, sus personajes sólo conocen una parte de la realidad en la que viven y vamos deshilvanando la madeja a medida que leemos. Tal y como un prestidigitador, Murakami oculta y omite ciertos detalles para después presentarlos con una adecuada atmósfera de sorpresa. La premisa de todo es no ser predecible. Muy pocas veces, términos como trama, urdimbre o tejido tienen un significado tan adecuado cuando se habla de literatura. Seguir el hilo de la narración supone una trampa feliz, una suerte de arrebato constante, una tentación afortunada en la que nos gusta caer página tras página. Me veo en la parada del autobús, en el asiento de un taxi, en la sala de espera de alguna oficina de gobierno sin poder soltar mi e-book. Mi perplejidad viene del hecho que me veo a mí mismo leyendo un tipo de literatura que muchas veces veo con desdén, no tanto por su contenido sino por la circunstancia externa de que es una literatura llevada y traída por y para las masas.

Ya veo a los “integrados” llamándome pedante, percibo ahora a los “apocalípticos” pidiéndome credenciales de crítico literario, formación, entrenamiento cultural. Una y otra vez, he visto con tristeza como cierta literatura deplorable se vende como pan caliente, es el tipo de literatura confeccionada con lugares comunes y personajes idealizados, requiere un nivel de comprensión muy básico y está destinada un público muy amplio, normalmente se trata de thrillers históricos que se debaten entre lo frívolo y lo banal, novelas entretenidas para asolearse, pero el caso de Murakami es distinto: el prestigio que le otorga cierta crítica no le resta popularidad. El autor se acerca a la literatura postmoderna que con frecuencia niega la distinción entre lo objetivo y lo subjetivo, entre los fantástico y lo real, un ejemplo es este: en la novela mencionada, los dos personajes principales, Aomame y Tengo distinguen dos lunas en el cielo pero nunca no se aclara si son elementos “alucinatorios” u “objetivos” de la historia; otro caso sería el de la Little People, que muchas veces parecen ser alucinaciones de los personajes. Una de las enseñanzas del realismo mágico es presentar lo maravilloso como algo natural y volverlo creíble, Murakami conoce estos trucos. No sabemos en qué consiste esta nueva realidad, Aomame la califica con la “Q” de question mark (la letra “q” y el número nueve son palabras homófonas en japonés), sabe que algo o alguien ha interferido y modificado la realidad, después de todo, “¿Qué es real?”, es lo que habría preguntado Morpheus en The Matrix, “señales eléctricas interpretadas por nuestro cerebro”, se habría contestado con toda seguridad. 1Q84 también refleja cierta crítica social (aunque en un nivel más tenue) relato mitológico y cierta visión nihilista del mundo. El gran truco de Murakami, como el de cualquier mago, es hacer que lo difícil de una trama compleja parezca fácil y hacer que la lectura de su novela corra por pistas de alta velocidad. Es necesario que así sea, se trata de tres volúmenes de cuyo hechizo es difícil sustraerse.

1984 (1949) de Orwell fue una obra que quería satirizar la Unión Soviética y buscaba advertirnos sobre los peligros del totalitarismo. El caso de 1Q84 es la confirmación de lo que ya sabía Orwell sobre la manipulación de la historia y la creación de realidades alternas a través de la sugestión, la creación de ficciones públicas, el control de la información. El mundo descrito por Orwell cambia constantemente, el personaje Winston Smith recuerda vagamente los procesos de Jones, Aaronson y Rutherford y al querer encontrar una contraparte externa de estos personajes y sus procesos se da cuenta de que nadie sabe nada, es como si nunca hubieran existido. El Ministerio de Verdad se encargará de que estos cambios graduales no lleguen a percibirse, ésto a través de la censura y el “manejo de la verdad”. Una sabia lección política donde hay que valorar las percepciones, éstas son casi tan importantes como la realidad. En 1Q84 el mundo se está convirtiendo en otra cosa, no es que el año en que transcurre la historia, 1984, se haya ramificado o di-vertido en una realidad alterna sino que se está transformado poco a poco. El relato habla de perceivers y receivers, que son los intérpretes de esta nueva realidad, Murakami menciona el sacerdocio de ciertos elegidos como mediums con este nuevo mundo. Una de sus referencias es La rama dorada (1890) de James George Frazer, que menciona el asesinato ritual de los reyes como una manera de renovar el liderazgo. Algo semejante ocurre en 1Q84 con el asesinato del líder de una secta religiosa. Si en 1984 la presencia omnisciente y notoria del Gran Hermano dirige cada ámbito de la personalidad y el manejo de la sociedad, en 1Q84 existe la presencia subyacente y profusa de una entidad llamada The Little People, están ahí, han estado con nosotros desde el inicio de la historia. Todo esto suena a mitología irlandesa, aunque éste es un rasgo que muchas culturas comparten: tienen sus tradiciones sobre personas pequeñas, duendes o elfos. Aquí es donde un entendimiento mágico del mundo sustituye a la sátira política. Japón tiene ciertas mitologías profundamente imbricadas con el mundo sobrenatural, sus costumbres proyectan una comunicación constante con cierta otredad espiritual. A pesar de sus horarios, sus rutinas metódicas, su fanatismo por la sistematización, su búsqueda constante de eficiencia y su anhelos racionales, los japoneses buscan escapar a de esa realidad muchas veces opresiva y lo manifiestan en su necesidad de imaginar mundos alternos. 1Q84 se habrá de convertir en una relectura o reinterpretación sobrenatural y mágica de una obra política que señala la manipulación de nuestra percepción del mundo.

No me considero un gran lector de Murakami pero confieso que me gusta lo poco que he leído de él. El autor sigue siendo demasiado popular, algunos creen que eso le resta seriedad, sigue yendo a la playa de mano de sus innumerables devotos que se han vuelto adictos a sus obras y no dejan de ponderarlas. Cada año, cuando se habla del Nobel, imaginan su ansiedad y su insomnio. Hace poco, la Academia Sueca decidió premiar a Kazuo Ishiguro y no a él. Sus fanáticos siguen esperando ese reconocimiento que confirme que eligieron bien, que los académicos son pedantes y estirados, y que ellos no pueden están equivocados.

∗Noé Vázquez (Puebla). Escritor y ensayista. Cuaderno Navaja es su espacio en Pez Banana.

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