Phillip Lorca Di-corcia y el desencanto americano

Dice Marlena Donohue que la fotografía, en su proceso de constitución como lenguaje, ha contado con dos funciones fundamentales que digamos, han regido el desarrollo y ejercicio del medio. Por un lado, se refiere a la función moderna, que no es otra cosa que el carácter documentalista por excelencia que la fotografía posee. Función por demás implícita en la fotografía y representada por autores como Manuel Álvarez Bravo, Robert Frank, Tina Modotti o Cartier Bresson; quienes en su momento, creyeron con vehemencia –aunque años más tarde uno que otro se retractara-, que la fotografía debía de ser directa y por lo tanto debía limitarse a registrar las apariencias de lo real, sin alterar, ni intervenir el acto fotográfico. Esta función se vería enormemente avivada por el dogma que Cartier Bresson acuñara para enarbolar su teoría purista sobre el acto y oficio fotográfico: The desicive moment.

En el otro extremo, Donohue habla de la función posmoderna; la cual, reconoce a la fotografía como un medio sumamente ficticio, poniendo como ejemplos a autores –Cindy Sherman, John Baldessari, Jeff Wall-; que quizá sin saberlo y cansados del dogma Bressoniano -el cual limitaba sobremanera las posibilidades creativas y conceptuales de la fotografía-, propugnaron no sólo por registrar la realidad o esperar el momento decisivo para capturarla, si no, abonando en los derroteros de la ficción, consiguieron imágenes improbables. Con lo que provocaron nuevas reflexiones e interrogantes sobre la naturaleza y los alcances del medio.

Y es precisamente en esa coyuntura –a la que Donohue acertadamente se refiere-, donde lo moderno y lo posmoderno se baten a muerte, en donde surge una estirpe de fotógraf@s sin precedentes: Phillip Lorca Di-corcia (Hartford, Connecticut, EU. 1951) es uno de ellos.

Egresado en la década de los 70´s de la School of the Museum of Fine Arts de Boston, y con un máster en fotografía por la Yale University bajo el brazo; di-corciatra baja para revistas de moda y frivolidades por el estilo –donde quizá adquirirá su vocación por representar la realidad como ficción?-, y empieza una modesta obra personal donde registra su entorno natural, sus amigos, su familia, etc. Para más tarde incursionar en la fotografía de vida cotidiana, donde paradójicamente descubre el elemento que caracterizará su trabajo: la ficción. Así, para finales de los 80´s, el fotógrafo recibe una beca de la National Endowment for the Arts grant, cuyo dinero emplea para desarrollar uno de sus proyectos más notables y ambiciosos: The Hustlers. Portafolio que le ganaría reconocimiento internacional y que, básicamente, consistiría en retratar a jóvenes prostitut@s, indigentes y drogadict@s – a los que les pagaba con dinero de su beca-, en locaciones y situaciones aparentemente cotidianas. Hollywood, Santa Monica, y Venice California fueron el pretexto. Lugares por demás emblemáticos de la cultura norteamericana.

En The Hustlers, 1990; vemos a personajes y objetos inanimados de la vida cotidiana, en escenarios típicamente norteamericanos -previamente dispuestos para la toma-, en actitudes que estriban en la locura y desconcertantes a más no poder: un yonqui desvencijado contemplando -con los ojos desorbitados- una vitrina que exhibe una rebosante chesse burger que espera ser devorada; un púber white trash mirando el infinito en compañía de un conocido refresco de cola; un joven prostituto esperando quién lo mancille, sentado junto a un anuncio de neón de una tradicional firma de comida rápida.

Los personajes que di-corcia recrea, parecieran autómatas a punto de desaparecer o al borde de la experiencia liberadora más desquiciada: la inmolación.

Sin embargo, su obra va más allá de lo inquietante que puede resultar una de sus imágenes, donde de manera magistral entrevera realidad con ficción, diluyendo la barrera entre ambas y atizando nuevos debates; o de la simple representación de manías o actitudes de una sociedad postindustrial. Ya que, con no poca mordacidad y astucia, el autor retoma esa desazón y desencanto generalizado, a causa de una supuesta modernidad occidental; cuestionando –casi sociológicamente- e ironizando el american way of life y lo mucho de alienante que ha implicado para su país la estúpida idea de Progreso.


Y es que solo así, con harta ironía y no poca imaginación, es como un creador -de imágenes que perturban-, puede coexistir en una sociedad que tiene su inteligencia en ruinas.

Pez Banana