Un café con Sergio Pitol

En 2010 encontré en un sitio de Internet un correo electrónico bajo el que firmaba Sergio Pitol.
Tenía 19 años y había leído varios de sus libros: Vals de Mefisto, Domar a la Divina Garza, La Vida Conyugal y el Desfile del Amor.

Desde la primera línea, Pitol me pareció un escritor original y sin precedentes. No se parecía a nadie, tenía una obra sólida en narrativa, traducción y había sido premio Cervantes de Literatura en el año 2005. Sin embargo, era uno de los escritores menos leídos de México, o quizás, un escritor solo leído por escritores. A diferencia de José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes u Octavio Paz, no conocía a nadie que logrará citar el nombre de una novela o texto suyo, como sí pueden bastantes lectores recordar nombres de libros que los han marcado, como Las Batallas en el Desierto, Aura o El Laberinto de la Soledad.

Tener el su supuesto email a mí alcance me motivó a enviarle un correo electrónico, para mi sorpresa me contestó. En su respuesta me dijo que su salud había empezado a deteriorarse y padecía males del lenguaje por los que se internaría en una clínica en La Habana para tratar su enfermedad. Sin embargo, me expresó que a su regreso en México podía reunirme con él a conversar.

En abril de ese año me invitó a tomar un café en la ciudad de México. ¡No podía creerlo, iba a conversar con uno de los tres premios Cervantes -en ese momento – de mi país! Uno de los escritores más geniales de México durante el siglo XX. La charla fue magnífica, me habló de sus amigos (Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco), de sus mentores (Alfonso Reyes, Octavio Paz, Carlos Fuentes), discípulos (Juan Villoro, Enrique Vila-Matas, Roberto Bolaño), y de autores internacionales que conoció y tradujo (Vladimir Nabokov, Jerzy Andrzejewski o Kazimier Brandys), de editores como Jorge Herralde, Víctor Seix y Carlos Barral. Me contó cómo habían nacido sus novelas y relatos, de sus años como diplomático en Polonia, República Checa, España y la Unión Soviética. Fue una de las conversaciones más interesantes que he tenido en mi vida, al despedirnos, me firmó mi libro Trilogía de la Memoria, a pesar de que en ese momento ya tenía dificultades para escribir.

Con esa charla quedé aún más maravillado de don Sergio como ser humano, que como escritor. El tiempo pasó y lo volví a ver en la FIL de Guadalajara, de ese mismo año, y en el Hay Festival de Xalapa de 2014. Don Sergio me saludó con afecto pero ya no volvimos a conversar por lo avanzado de su enfermedad, que para ese entonces le dificultaba para hablar.

Desde hace un par de años, quería escribir una crónica sobre cómo lo conocí, al pensar en ese texto, pensaba en él como en un hombre inmortal, hoy la finitud de la vida me ha hecho ver lo contrario. No obstante hay algo de Pitol que sí es infinito: su obra.

Que estas líneas solo sean el borrador de ese texto que tengo pendiente.
Descanse en paz maestro, descanse en paz Don Sergio.

*Juan M. Aguilar (Texcoco, 1991) Ha colaborado en sitios en línea como Neotraba, Bookers, Marabunta, Ollin y Los Heraldos Negros. Forma parte del consejo editor del sitio Los Ojos del Tecolote.

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