La hora álgida de la vida

No existe una hora exacta para morir, cualquier momento y lugar son aptos para que la vida se vaya por el caño. Cualquier hora tiene los minutos necesarios para perder lo único que nos anima a seguir sobre este planeta: la voluntad. Y ahí, en medio del tumulto de personas podríamos caminar sobre cuerpos dispersos sobre la acera y no sentir absolutamente nada. Estamos tan acostumbrados a que nos pisen, a que nos disuelvan en un rostro colmado de polvo. No hay tiempo ideal o fatal para morir. El diablo no se presenta como catrín o un vagabundo del hambre, es la presencia que habita en el otro.

Pero no todo es pesadumbre, al menos no en La hora mala (Tusquets, 2016) de Luis Panini. Ahí la realidad se tergiversa y se presenta llevadera, a pesar de los demonios internos y externos que se hacen presentes para negar la existencia de un cuerpo que da sus últimas señales de vida, la que se le escapa por el cerebro que se encuentra regado en la banqueta, bañado con el hálito nefando de los transeúntes, que se detienen para alimentar el morbo.

La novela, Clarisa ya tiene un muerto (Ediciones B) de Guillermo Fadanelli, comienza con una escena similar por el sentido de abandono, que presenta la vida citadina, con personajes indiferentes a la manifestación de un sujeto que pretende quitarse la vida, y que desde la altura llama la atención de todos los transeúntes, los cuales le hacen saber que no tienen todo su tiempo, y que se arroje o deje de estar mamando.

Sólo en el sinsentido de los habitantes de una ciudad se pueden relacionar estas obras. Y es de suponerse que la misma dinámica transgresora se mira en las tragedias cotidianas: suicidios, choques, accidentes, asesinatos. La sangre y la carne expuesta nos pone a pensar en lo vulnerable de nuestro ser, pero también, al no ser nosotros los que exhiben su desesperanza, nos sentimos dignos de estar vivos.

Lo grave de que una sociedad determine sus principios desde el egoísmo requiere entonces una mirada más profunda, porque si la comunidad no avanza, entonces los individuos se precarizan. Los personajes de esta novela desfilan y miran a un moribundo, a un sujeto que pugna por vivir. Se encuentra sobre la banqueta en medio de sujetos que no hacen nada, o que si lo hacen lo hacen mal, porque no quieren, no les importa, ponen pretextos para llevar a cabo una llamada de socorro que auxilie al cuerpo lacerante de un hombre que cayó del 5to piso de un edificio.

La primera vez que leí el libro sentí como la prosa fluía con facilidad. Los capítulos están escritos de tal forma que el tiempo actúa sobre el proceso de lectura, de hecho, todo se desarrolla en una hora. Por eso hice el experimento y hasta la tercera relectura, pude terminar el libro en 60 minutos. Esto supone un logro tanto para el lector como para el escritor. Ha cumplido su cometido.

Este ritmo frenético en realidad me parece divertido, no dejando de lado los personajes que desfilan y el cuerpo que yace sobre la banqueta, al cual se le dice de todo, desde calumnias hasta verdades impostadas para su mayor usufructo, y aunque algunos personajes son detestables por su capacidad para movernos al odio, también se vuelven trascendentes porque abonan directamente a una realidad palpable. Hombres y mujeres que les importa muy poco lo que les suceda a las demás personas.

Aquí hay un punto importante. La novela muestra una realidad dibujada sobre una capa de transgresión, con otra más del ser absurdo. En una calle cualquiera aparece un cuerpo destrozado y nadie hace nada. Estamos tan acostumbrados a la muerte, a la mierda de los días que nada nos conmueve.

Cuando lo leía pensaba en México y sus habitantes, algo así hacemos todo el tiempo, vemos que nos está cargando la chingada, pero nada nos inmuta, tomamos el pulso y vemos que aún hay latidos, esperamos la ambulancia, porque la verdad, nada se puede hacer, aunque tampoco nos atrevemos a confabular para actuar, como los siniestros e hipócritas miembros de la sociedad que nada saben, pero que necesitan chingar a alguien, y si ya existe un caído, qué mejor.

Esta lectura muestra (así lo quiero ver) la degradación de la sociedad como comunidad y nos presenta la distopía en que vivimos, unos en la ciudad, otros en la provincia, pero siempre el juego egoísta, lleno de rencor y odio, de seres que ven al otro como un contrario, y a ellos mismos como el centro de una realidad absurda.

Raúl Picazo

Pez Banana