Entrevista gorda con la poeta Xitlalitl Rodríguez

He sido gorda toda mi vida. Bueno, en la pubertad, adolescencia, primera y segunda adultez, hasta que mi novio de entonces me mandó al diablo y perdí mi trabajo. Así fue como adelgacé físicamente. En mi primera gordez —la pueril, digamos— llegué a pesar 59 kilos (no me llames hipócrita, mido ciento cuarenta centímetros).

Para algunos de nosotros, la gordura es una elección de vida. Antes de adelgazar y de que el viejo truco de tener ojeras me delatara como ex gorda, escribía sobre seres más gordos que yo, como árboles (algunas especies, solamente, sean sauces llorones, tules o baobads, para responder a ciertas tradiciones literarias sin que nadie sospechara). También escribía sobre genocidas obesos disimulados pero cachetones, como Hitler (un caso fascinante donde mejillas y ojeras son indistinguibles unas de otras), Ratko Mladić o —el rey en esta categoría— Ariel Sharon. No hablaba de ellos explícitamente, pero trabajaba en metáforas para acusarlos, nada bien hechas, desde luego.

Por otro lado, también intentaba imitar a los gordos maestros de la poesía mexicana como Paz o Lizalde. Y usaba gordas palabras (así como hay malas palabras, también las hay chubbies), como chopo, amorosos, deseo o postergado. Intentaba versos como “haaaay un puerco en el cazo/ que empuerca por dentro al que lo mira”, que leía con voz gravísima.

Ahora es diferente. Los millennials por definición no son gordos, no pueden serlo, la gordura nos pertenece. Ellos no saben lo que fue crecer viendo a la Miss Universo de 1996, la venezolana Alicia Machado, siendo humillada por Donald Trump, decenas de reporteros y millones de personas frente a sus televisores, mientras intentaba hacer ejercicios aeróbicos porque había engordado.

No sé si ahora siga escribiendo de mi gordura o no. Me parece que sí porque creo en la gordura como uno de los símbolos más inmediatos de rebeldía en esta sociedad de consumo, un mecanismo de exclusión en sí mismo.

¿Crees en la obesidad espiritual? ¿En qué consiste para ti? ¿Cuáles son tus lonjas espirituales?

Creo que la gordura es para siempre, y como una condición, afecta siempre al cuerpo y a la psique, por ende, a la escritura. Dicen que las harinas blancas deprimen el espíritu. Y el azúcar es nuestra droga más temprana, además del viaje que, según estudios de internet, nos ponemos al momento de nacer. La dieta de alcohol y otras sustancias también condicionan nuestra gordura. La panza de los pachecos no es la misma que las personas que fuman crack, lo mismo pasa con su temple.

Ahora que soy delgada, como lo mencionaste en tu primera pregunta, no importa que esté en el infrapeso de 39 kilos: en las fotos pal feis siempre salgo gorda, hay lonjas y cachetes explotando por todo mi cuerpo, menos en donde deberían ir protunerancias de no ser porque tengo el cuerpo de un niño de primaria. Mis cachetes son prominentes, por fortuna mi nariz de Cyrano de Bergerac quita un poco la atención de este par de redonditos.

Dentro de mi gordura espiritual hay un cierto peso al que no quiero llegar y que algunos escritores de mi edad ya han alcanzado, es el peso de escribir:

¿Hay un paralelismo entre Jaws y tu delgadez? Es decir, los tiburones son escuálidos. Somos paranoicos y creemos que todo tiene un sentido.

Los tiburones son gordos. Sólo algunas especies como los escualos, el tiburón duende o el tiburón cigarro son flaquitos. ¡Y horrorosos! Tenemos la idea de que estos animales son delgados porque siempre deben estar en movimiento o si no, mueren. Pero Jaws se basa en el tiburón de la película de Spielberg: uno bien cerdix.

En Jaws dices: “Los tiburones siempre mueren en las películas”. ¿Crees también que los gordos mueren en las películas?

La gordura no define la muerte. Los gordos, igual que los flacos, son juzgados por su utilidad narrativa. Una vez que la historia termina, todos somos desechables comestibles. Sólo sobreviven los empresarios, políticos y malos poetas, que son nuestros depredadores naturales.

¿Cuáles son tus gordos literarios preferidos? Escritores, personajes, libros, etcétera.

Moby Dick, desde luego. Y luego el Capitán Ahab, que no es particularmente gordo, pero pone un ejemplo de cómo perder peso rápidamente metiendo tu pierna en las fauces de cachalote.

Las lectoras a las que escribe Virginie Despentes.

Maruja, de Una soledad demasiado ruidosa, quien tampoco es explícitamente gorda pero siempre está en el baño y su vida social y amorosa son esclavas del trágico sino de su sistema digestivo, una situación que, por desgracia, me es familiar.

Gilberta Swann, tampoco es tan gorda pero está cachetonsísima. Además su madre se la pasa consintiéndola con pastelillos y golosinas, por lo que seguramente es una gorda afortunada.

Louis CK, Baudelaire.

*Franco Félix. Es narrador, editor y especialista en comida oriental.

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