De un discípulo de Bolaño a un fanático del noir

Entrevista a Cástulo Aceves por su novela Novecientos noventa y nueve (Paraíso Perdido, 2018).

Me decido a entrevistar a Cástulo Aceves (Guadalajara, 1980) por correo después de reunirnos un par de veces en Guadalajara y platicar de casi todo, menos de su novela Novecientos noventa y nueve, el pretexto en sí de nuestros encuentros.

Novecientos noventa y nueve (999, como la nombraré en adelante) se acaba de publicar y aprovecharé que recién terminé de leerla para que el autor calme un poco el morbo que me ha generado -esa solitaria que se alimenta de los lectores glotones, aquellos que se quedan con ganas de saber más no sólo del libro sino del autor mismo-. Es una novela con dos características que llaman la atención, quizás porque pocos las han conjugado (pienso en Diego Trelles Paz y su obra El círculo de los escritores asesinos, la cual, sin embargo, debido quizás a su escasa circulación en México, no generó la atención que merecía): la primera, se inscribe directamente en el género del noir sin regatearle nada y mucho menos acomplejarse; la segunda, es un homenaje directo a Los detectives salvajes, la emblemática novela del desaparecido autor chileno Roberto Bolaño. Nada más por eso dije: “toma mi dinero y dame ya ese libro”.

Y aquí debo dar un adelanto: no queda a deber en ninguna.

Preparo entonces unas cuantas preguntas que le envío por correo, con la aclaración de que, si hay oportunidad, continuaremos el dialogo acompañados de un café o algún trago más fuerte, de los que Cástulo acostumbra. Le dije, para que bajara la guardia, que me había gustado mucho 999, pero él sabe que eso puede significar cualquier cosa, pues es una palabra salvoconducto para quedar bien y librarte de explicaciones.

Primero le pregunto por los gustos y obsesiones que ayudaron a crear 999 y que son notables -pues nunca se ocultan y más bien se declaran a la primer oportunidad- de una manera más que atractiva para lectores fans de un autor que nos marcó toda la década pasada: el chileno Roberto Bolaño. Pero también para lectores enamorados del género negro, que es la seña de identidad de tu libro. ¿Cómo se te ocurrió el cruce de Los Detectives… con el género, vaya, de los detectives? Es, adelanto, una fórmula que quizás en manos menos devotas, de uno u otro lado, hubiera explotado como un mal experimento de química en la secundaria.

Primeramente: sí, me declaro fanático de Bolaño. Sus libros, el momento de mi vida en que me acerqué a ellos, y su muerte, me motivaron a leer cuanto pude conseguir, que fue bastante. Ya después, cuando todo mundo estaba harto y lo consideraban sobrevalorado, me di cuenta de que era experto en un tema que ya era un tabú entre los escritores. Eso fue el germen de la idea y la combinación fue espontanea.

Hace años asistí como público a un encuentro de novela negra, género del que soy fan pero nunca había practicado, y allí me propuse que escribiría una novela de detectives. Claro, nunca pensé que sería mi primera novela. A los pocos meses me invitaron al NaNoWriMo (National Novel Writing Month). Yo no tenía idea de qué escribiría, ni un guión, diagrama o línea a seguir, pero sí una premisa: ¿Qué pasaría si hubiera fanáticos de Bolaño capaces de matar por defenderlo? Pensé en mi idea de una novela de detectives y a partir de allí fue dibujándose, tenía mucho material para trabajar. La primera versión la escribí en un mes, dedicándome a ella solamente en las noches. Dado que lo combinaba con mi vida diaria: llevar a la niña a la guardería muy temprano, trabajar, las labores del hogar, dormir pocas horas y consumir medicamentos que me mantenían despierto. Algo de eso se reflejó en el protagonista.

Esa primera versión resultó en algo horrible que, pensé, había sido una de las más monumentales pérdidas de tiempo y esfuerzo de mi vida. La “guarde en el cajón”, que aquí significó comprimirla, cambiarle la extensión al archivo y dejarla dentro de un gran número de carpetas esperando que eso la hiciera invisible si algo me pasaba. Años después, ante la necesidad de llevar un texto a un taller, la expuse esperando la destrozaran y ponerle punto final a ese texto, olvidarlo para siempre. Pero no pasó, le vieron potencial a la premisa y me invitaron a “tallerearla”. A partir de allí fueron dos años de trabajo, mucha reescritura (más que corrección), opiniones y lecturas de varios amigos y escritores, incluso entrevistarme con verdaderos agentes del Ministerio Público, y aún trabajar más con la editorial para la versión final.

El humor es otra pieza que no descuidas. En lo personal, aprecio mucho que en las novelas de género negro, ante lo atroz que se está narrando, se mantenga a flote un humor que nos permite sostener el ritmo de la lectura, como una especie de bálsamo que nos ayuda a dar vuelta a la página para enfrentar el siguiente crimen. ¿Cómo te decidiste por echar mano de este recurso?

Definitivamente yo la pensaba como una novela con humor, tal vez negrísimo, pero humor al fin. Ya desde la temática no podía ser algo “serio”. Sin embargo, tanto esto como escribir policiaco me implicó salirme de mi área de confort: Si bien en mis textos suele haber un humor negro subyacente, o como remate, rara vez lo había usado como andamiaje del relato. Debo admitir que me costó mucho llegar al tono indicado, fue parte de lo que más trabajé. Alguna vez escuché que es más fácil hacer llorar que hacer reír, lo constato.

No quiero dar adelantos (¡más adelantos!) ni nombres, pero por allí interviene un personaje que, como está de moda en estos días decirlo, nos despostilla la cuarta pared. ¿Fue una broma personal o un recurso catártico?

Levantas la mirada del monitor al ver esta pregunta de Alfonso. Piensas en si debes ser sincero (risas en off)… Creo que se acerca más a algo catártico. Recuerdo que fue en una madrugada de la primera versión cuando la historia me había ido llevando a ese punto. Apenas lo escribí empecé a reír pensando en que diría un hipotético lector. Tenía claro que era un riesgo, pero lo dejé. En las subsecuentes versiones fui afinando la escena y me di cuenta que, más allá de una broma, le daba a la novela un significado subyacente que tal vez nadie nunca vería además de mí, pero que me parecía importante. A mi terapeuta no le hizo tanta gracia.

Después de leer 999 uno mira de otra forma la zona metropolitana de Guadalajara. Es cierto que la ciudad no ha escapado de la violencia que golpea al país, y al menos un par de sucesos en años recientes han acaparado los titulares nacionales e internacionales. Por si fuera poco, no hay día que no se cobren nuevas víctimas los señores de la violencia. Y es algo que está latente en la historia. Sin embargo, por primera vez uno piensa en esta ciudad como un ente capaz de albergar asesinos que escapan a las motivaciones del crimen organizado, asesinos que ubicamos como exclusivos de otros países. ¿Puedes hablar un poco de esto, de tu intención al usar Guadalajara como tu espacio narrativo?

El tema de los asesinos seriales es uno de mis favoritos. Incluso diría que, más que el género negro, yo había sido fan de las novelas de este tipo particular de psicópatas. Así que, en cierta forma, la novela fue una excusa para relatar una historia sobre uno de ellos. (Aquí es donde me doy cuenta de que todo lo que escriba puede ser usado en mi contra.) Sin embargo, en la primera versión no se especificaba la ciudad, solo se daba a entender que era alguna en México. Justo por esos días me publicaron un cuento en una antología (Río entre las piedras, también en Editorial Paraíso Perdido) donde la premisa era narrar historias ocurridas en Guadalajara. Me di cuenta de que eso le daba cierto espíritu y mucha cercanía al texto, así que a partir de la segunda versión era explícitamente una novela tapatía. Por aquellos días comenté en una reunión que dado el intenso temporal de lluvias, los contrastes arquitectónicos tan marcados, la forma de ser de los tapatíos y la violencia desatada por el crimen, esta ciudad se prestaba para historias Noir. Todos se rieron, y probablemente tengan razón, pero yo me mantengo en lo dicho.

¿Sigue la saga de Castilla? ¿Sigue este detective salvaje interfiriendo con la realidad y la literatura y cobrando sus quincenas?

Tengo un par de historias apenas trazadas como premisas, pero creo que esperaré un poco. Traigo proyectos distintos y quiero descansar de sumergirme en el mundo abismal de Nepomuceno Castilla. Platica mi esposa que estuve algo insoportable en los últimos meses: leyendo continuamente noticias de nota roja para inspirarme, hablando de asesinos seriales en la cena con los niños, pasando las noches revisando diagramas y notas para encontrar como encajar las piezas, incluso estuve a punto de hacer un diplomado en criminología. Tal vez exagero, pero creo que apenas sobreviví la novela… ¿O no lo hice?

Alfonso López Corral (Navojoa, 1979). Autor de La noche estaba afuera (Tres Perros, 2011), Musiquito del Talón (Tierra Adentro, 2013) y Cien caballos en el mar (Paraíso Perdido, 2017).

Pez Banana