14 atisbos del apocalipsis en Ciudad Godinez

1. Iba saliendo de una severa infección bacteriana que me había llenado la garganta de pus. Las molestias habían desaparecido, así como los efectos secundarios de los antibióticos; sólo quedaba una ligera resaca manifestada en un poco de tos. Me atacó un par de veces el lunes en la oficina. No tardó en llegar la doctora de planta a mi cubículo. Alguien le había avisado de mis escandaloso accesos de esputos y tenía que hacerme algunas pruebas para determinar si era candidato a realizar trabajo en casa. La idea me pareció genial, pero descartó todo tipo de infección y malestar. Su prescripción fue darme un paquete de cubrebocas. “No los necesitas, en realidad, pero sí los utilizas, tus compañeras van a estar más tranquilos”.

2. Regresé a mi cubículo con boca y nariz tapada. Algunas personas me vieron con escándalo, entre ellas La Gerente de Recursos Humanos. Los más valientes se acercaron a preguntar mi estado de salud. A algunos les dije que no tenía idea y quizá fuera Coronavirus. Luego admitía que era una broma. Y me daba cuenta que no tenía gracia. Escuché a la Gerente de RH toser más escandalosa que yo. Fui al consultorio a comentarlo con la doctora, quizá también tuviera que revisarla.

-Es que a Reichel nadie la ha reportado.

-Lo estoy haciendo yo. Ahora. Reportando a Raquel.

-Sí, ya sé. Pero es que Reichel tiene mucho trabajo, no se puede ir a su casa. Además, es mi jefa. Y es Gerente.

No entendí la relación de una cosa con otra, pero tampoco he entendido nunca por qué en una oficina se esmeran por tropicalizar nombres propios para que suenen gringos. Para que el viaje no fuera en balde, le pedí otro paquete de cubrebocas.

-Ya sabe doc, para tener tranquila a la gente de RH.

3. Más tarde tuvimos una reunión en la Sala de Juntas grande. Nos llamaron por grupos de veinte. La encargada de la oficina nos anunciaba que, tomando en cuenta la situación, la junta directiva había decidido enviarnos a trabajar a cada quien en su casa en la modalidad home office. No a todos, sólo a aquellos cuyas funciones fueran permisibles para laborar bajo ese esquema. Anunciar eso le tomó cinco minutos, los restantes 45 los invirtió en pasar unas diapositivas donde puntualizaba la importancia que trabajar en tu casa no es irte de vacaciones y que si bajabas el rendimiento, te corrían. En cada diapositiva nos recordaba la importancia de no hacernos pendejos. En otras palabras, pero esa era la idea.

4. Me convocaron para asistir a las siguientes tres juntas que, esencialmente trataban de lo mismo. Quise dar argumentos para no volver a escuchar lo mismo, pero la encargada de la oficina tenía una respuesta para cada uno. Le llamé a mi jefa directa, que tiene base en Argentina. Me dijo que estaba contenta de escucharme bien y que ya le habían reportado mi estado: que sabía que tenía una mascarilla para respirar porque tenía un severo caso de tos y que probablemente tuviera que irme a mi casa. Le anuncié que nada había de eso. Volvió a decirme que le daba mucho gusto y que tenía que colgar en ese mismo momento: por la situación actual en Argentina, habían decretado cuarentena militar y tenía que irse rápidamente a surtir la despensa de tres semanas. Había visto ya en las noticias de los desabastos y compras de pánico y estaba muy asustada. Colgó. Tuve que tomar las tres siguientes juntas donde, básicamente, me dijeron que no me hiciera pendejo trabajando desde casa o me correrían.

5. Me llevé todo lo necesario para no volver en algunas semanas. Incluso en no volver nunca si acaso decidían prescindir de mis servicios, durante la cuarentena, por no cumplir los requisitos mínimos esperados durante la ejecución del home office. Es decir, por si me agarraban haciéndome pendejo, mirando series en la Netflix o jugando con mi hija. Eufemismos. Así como insisten en llamar “la situación actual” al contagio masivo de Covid19. Olvidé mi paquete de cubrebocas en la oficina. Después me arrepentiría, cuando en un operativo me detuviera un policía de tránsito en Tepotzotlán por no portar cubrebocas. Le dije la verdad, que no podía encontrar en ninguna farmacia ni autoservicio porque estaban agotados, incluso pregunté, ya que lo exigía, si podía facilitarme uno. Me lo negó rotundamente, porque lo que la policía quería era una mordida, misma que libré porque no pudo fundamentar en que parte del Reglamento de tránsito dice que no se puede conducir sin cubrebocas aún en épocas de pandemia.

6. La Jefa de Gobierno de la CDMX propuso a las empresas que, para evitar contagios, mandaran a sus empleados a laborar desde sus casas. Tan sólo un día antes, El Presidente de la República anunciaba que estábamos en fase 1 del contagio, nada preocupante, podíamos salir a dar el rol con la familia sin broncas. No se puede confiar mucho en la palabra de un hombre que rifa un avión pero el premio no es el avión. Aunque, en realidad, no se puede confiar en un político. Y punto. Expertos epidemiológicos de redes sociales (es decir, cualquier persona) nos amenazaban con una pandemia funesta: “No le hagas caso al presidente: ¡Quédate en tu puta casa!” Si no le hacía caso al presidente, ¿por qué tenía que hacerle caso a un pendejo en Twitter que insultaba a mi “humilde casa”?

7. Las redes sociales se pusieron muy activas en la cuarentena. Librerías y editoriales pusieron a disposición gratuita material de su catálogo. Para aquellas personas que no tuvieran en su casa más de dos libros serviría de mucho. La gente que no lee en situaciones normales tampoco lo hará en una cuarentena. Se pusieron a hacer retos en el Facebook que van de lo abstracto a lo concreto. He participado en un par, claro. He visto a las mentes más vergonzosas de mi generación haciendo videos graciosos en redes sociales que deben pertenecer sólo a adolescentes.

8. Diario llega a la bandeja un correo de recursos humanos con distintas “recomendaciones para trabajar en casa”:

Levántate temprano. Báñate, vístete, cámbiate. Busca un lugar reconfortante que esté bien ventilado e iluminado. Fija una meta. Evita distracciones. Programa reuniones con tu equipo. Recuerda: debemos de darle seguridad y confort al cliente. Es un reto que podemos liberar. Tú y tú familia son lo más importante.

La doctora programó dos sesiones de ejercicio al día, tienes que entrar por red, activar la cámara, seguir las instrucciones de sesiones de calistenias, elongaciones y estiramientos, luego regresas a tus labores. Puedes ignorar y no conectarte, incluso no activar la cámara, pero le llega de inmediato un correo a tu superior, y éste te contactará solicitando que expliques, en no más de 200 palabras, las razones por las que no entraste a la activación y esa explicación llegará a la dirección de tu área para evaluar si son razones válidas o no. No es ni por asomo 1984, pero un poco me lo recuerda.

9. Recibo una llamada de mi jefa el sábado por la mañana. Me pide un millón de disculpas, pero el cierre contable no para y el cliente nos ha solicitado una pequeñita información, me pide, por favor que se la envíe. Probablemente no me lleve mucho tiempo. No puedo pretextar que estoy lejos de mi máquina y de cualquier conexión a internet. Prendo la máquina. Me conecto, trabajo en la información. Me lleva todo el día. A las 9:00 de la noche estoy enviando la versión final. Me quejo amargamente con mi esposa:

-Ni siquiera tienen por qué llamarme por teléfono. ¡Es mi número personal, ¡La compañía no me dio celular! Por lo tanto ¡no estoy ni siquiera obligado a contestarles!

-Pero lo hiciste y no pudiste hacer como que no leíste nada y ahora invertiste todo el día en eso. No entiendo la razón de tu queja.

Ya no contesté, cualquier cosa que dijera serviría para proteger al patrón. Al benévolo patrón que tuvo el tacto, al menos, de enviarme a trabajar a casa para evitar el contagio. Y eso no lo entendería mi esposa. Hay patrones que no fueron capaces ni siquiera de hacer eso, y la Ley Federal del Trabajo los avala.

10. Leo con ternura a la banda que se queja en el Internet que no tiene nada que hacer, que se aburre, que le dan ataques de pánico, que se deprimen, que están hartos, que hacen sesiones de video con amigos y familiares, que suben Facebook live leyendo sus poemas o sus cuentos. Hubo quien organizó una fiesta con cada invitado en su casa. Yo también me quejo, pero de que tengo un chingo de trabajo y el home office me ha puesto disponible 24 horas siete días a la semana. Van tres días seguidos que me duermo a las 03:00 de la mañana por andar en joda y me despierto a las 06:00 am porque tienen que verme conectado desde temprano para medir mi nivel de responsabilidad. El Gran Hermano Te Vigila.

11. Al mismo tiempo, a mucha gente le valió madre y vio la oportunidad para hacer pachangas de tres días y lanzarse de vacaciones a un vacío Acapulco. Mientras que el maistro albañil y coladores que están haciendo un piso en casa de mi vecina no han faltado un solo día. Un vecino avisó al ayuntamiento. Vinieron inspectores a revisar la obra y solicitar el pago de los permisos correspondientes. Obvio, no los había. La vecina tuvo que dar una mordida de 2000 pesos para que dejaran avanzar la obra por un mes más. Eso fue un día antes que decretaron el cierre temporal de las oficinas de gobierno con trabajos no esenciales. Después de tres semanas trabajando en casa y, gracias a la ruidero que comienza desde las 06:00 de la mañana, me di cuenta que a mí también me hubiera gustado que le hubieran detenido la obra.

12. Soy de los afortunados que pueden quedarse todo el día en su casa. Pero salgo. Poco, a la esencial. A comprar cerveza en la Bodega Aurrera al lado de mi casa, a lavar la ropa en casa de mi mamá y, de paso, robar algo de perecederos, a reunirnos por los cumpleaños de mis familiares, a comprar comida en cocinas económicas, a intentar atrapar a un muñeloco para mi hija, a cargar gasolina. En un grupo de WhatsApp hay gente que nos da una cátedra de superioridad moral diciendo que ellos son responsables y no han salido de su casa. Sólo para ir al parque, para sacar al perro, para visitar a su familia, para comprar comida para cualquier cosa que consideran esencial.

13. Espero a que el gobierno decrete cuarentena militar. Espero que las tiendas de autoservicio cierren del todo. Espero que decreten la ley seca. Espero que alguien cercano se contagie del Covid19 para tomármelo en serio. Todos esperan eso. Leí que en Filipinas el gobierno autorizó dispararle a la gente que esté fuera de sus casas. Pero lo leí en un portal de noticias que existe gracias a que le da dinero la empresa que hace dos años, y durante tres semanas, siguió de cerca la noticia de una niña atrapada en los escombros de un temblor. Y la niña no existía.

14. No nos estamos haciendo más fuertes como sociedad, porque no tenemos que ir a buscar una vacuna a un hospital sorteando muertos vivientes. Estamos sacando a relucir nuestra egoísta individualidad porque la mejor manera de evitar el virus es con mucha higiene y evitando el contacto social. El fin del mundo llega disfrazado de cotidianeidad. Por eso ni nos damos cuenta. No le importa a mi jefa ni a la empresa que representa. Recién me mandó un mensaje porque al mundo se lo puede estar llevando el carajo, pero es necesario cumplir puntualmente con el reporte de incidencias mensuales. Ya voy retrasado.

*Juan Mendoza (Naucalpan, Edo de Mex, 1978) Ha publicado el libro de cuentos: Anoche caminé con un zombi (Verso Destierro 2012), y las novelas: Ya Puedes Olvidarlo… (Generación, 2014), El Show del Corazón Sangrante (Vodevil, 2016) y Mi Reflejo en una Montaña Cubierta de Nieve (Nitro/Press, 2017). Sus textos han aparecido en diversos medios impresos y electrónicos y fue jefe de redacción, todologo y barman de la revista Generación. Es Co-organizador del festival de cultura subterránea Undergrasa Fest y, junto a Alfonso Morcillo, locutor del programa de radio por internet NoMuyPunks.

Pez Banana