Por qué no presentar “Musiquito del talón”

En primer lugar porque es psicólogo. No hay mucho qué decir de esto, pero vamos, ya sabemos cómo son los psicólogos, son histéricos (esperemos que aquí el autor no se ruborice porque conocemos su perfil). Lo digo en serio y con conocimiento de causa. He cometido muchos errores en mi vida, pero haber sido novio de una psicóloga no tiene precedente alguno. Vi al diablo directamente a los ojos. El terror. El lugar común lo conocemos también: los psicólogos estudian esa carrera porque tratan de entender su propio trastorno. Entre otras cosas, Alfonso es psicólogo y cuando lo conocí no me fie de él. Estaba debajo de un naranjo en la casa del ahora famosísimo rapero Pío Serse. En aquel momento Pío sólo era Pío Daniel y su casa, la del naranjo, un espacio dedicado al pensamiento. Pero no nos desviemos del tema. Decía que Alfonso estaba ahí, debajo de un naranjo, sombrío, revuelto entre los azahares y frente a él una bolsa de Sabritones. Las tardes eran magníficas, comida chatarra y literatura, no había Facebook y todos teníamos el sueño de escribir un libro. Muchos abandonamos el sueño, Pío Serse se hizo rapero, yo, por mi parte, me volví una mierda. Una mierda suave, sin pretensiones. No sigamos. Recuerdo a Alfonso de esos días. El chico estaba sediento de libros. Pero yo no confiaba en él. Porque era psicólogo. Y los psicólogos son como mi enemigo natural, es un rollo darwinista. Fin. De cualquier forma, seguí encontrándomelo en reuniones y cada vez que estaba ahí detrás de esos lentitos perturbadores, yo apretaba el estómago. “Ah, ahí está el psicólogo”. Y tenía que aguantarme. Pero déjenme explicarles qué sucede. Hay, entre nosotros, los humanos, una clase repugnante de ser vivo: los mesiánicos. Y es que tengo muy claro el problema, lo identifico bien: la mayoría de los psicólogos que escriben libros intentan curar el mundo, reestablecer una conexión entre el mono y los libros. Son gestores culturales y se deprimen cuando descubren que el porcentaje de lectura en el país no rebasa el tristísimo 0.5 libro per cápita. Pero Alfonso no es así. Al menos, con el tiempo me fui dando cuenta de eso. Que era un odiador. Estupendo. Un odiador inaudito que desde otro árbol de naranjas metafórico escupía desde las sombras. Fuimos participando en lecturas y luchando –hombro a hombro- contra los delincuentes de la Literatura, esos cabrones que publican uno dos libros al año con asquerosos títulos llenos de cursilería. Y sí, fuimos amigos, acepté su condición, así como si tuviera una enfermedad genética, la de psicólogo. Y fue, poco a poco, escribiendo y mejorando la pluma. Aquí el libro como prueba.

Razón dos para no presentar el libro.

Es ganador del Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2013. Pero no se equivoquen, no soy punk, no estoy en contra de los concursos. Al contrario, detesto que haya ganado esta edición del Comala porque yo mismo participé ahí con un grupo de cuentos horripilantes. Hay una suerte de envidia, pero también de agradecimiento, porque al final, la publicación de Musiquito del talón pone en evidencia que todavía hay un par de autores acá en la franja norte que valen la pena. Hay una suerte de agradecimiento también de que Imanol Caneyada no pudiera participar en esta presentación, porque ante él también he sucumbido. Bueno, soy propenso a la humillación, pero no es para tanto, no pienso tolerar dos sujetos que me han aplastado en los concursos. Vamos bien. Por otro lado, este libro se instala en el mapa literario del país, obligando a los lectores externos (los que están más allá de Navojoa o Nogales) a reflexionar sobre los libros que empañan el espectro literario de Sonora. No sé qué diablos pasa pero hace falta una educación, una nueva educación sentimental, que se caracterice, principalmente, por evitar los ridículos y sentimentaloides títulos que incluyen la palabra corazón, amor, amoroso, héroe, y otros términos pendejos. Bajo esta premisa, este libro de Alfonso tiene un buen comienzo. Señores, imaginen que se hubiera llamado Musiquito del corazón. Ardemos junto a la mezcalería.

Razón tres para no presentarlo.

No soy fanático del realismo mágico ni del espíritu de Juan Rulfo. Y es que cuando uno inicia el libro, parece que por ahí va. Pero no, hay que tenerle paciencia. Yo soy nefasto y cualquier asomo apologético sobre las virtudes del campo y el pueblo me enfurecen. Yo creo, realmente que en el pueblo radica el mal, como dice el señor von Trier: “La naturaleza es la iglesia de Satanás”. En Hermosillo conozco muchísimos escritores convencidos de que deben defender la sustancia del campo como si ahí existiera la nobleza. Y levantan la bandera de la humildad y explotan el campo no con las manos, pinches huevones, sino con la idea, como un gran tirano, como un maestro feudal, y quieren enriquecerse de la pretendida honestidad y generosidad que ahí resiste como si se tratara de un paraíso no tocado por la desagradable mano del hombre civilizado. Ah, cómo me encanta odiar. Gracias, Alfonso. Pero sigamos, para eso me pagaron diez mil pesos. Para seguir con esta presentación. Y aquí voy, mi tercera razón es, pues, inválida, porque luego de que pasas un par de páginas descubres el oficio. En mi caso, además, acepto la derrota. Porque Musiquito de talón es minucioso. Y lo que en principio me parece que fue una chingadera que lastimó mi corazón (no es título de libro) al leer el dictamen que se pronunciaba a favor del manejo de un discurso regional comenzó a tener forma. Los personajes están muy versados en un lenguaje muy escrupuloso que cuida el régimen oral. Es admirable. Que los personajes puedan hablar con tanta naturalidad. A nivel dialogístico ha logrado una compilación de textos muy avanzados. Hay que prestar atención, por ejemplo a “Cajetilla”, uno de los textos más logrados a mi parecer. La suegra y la novia intercambian oraciones sentenciosas en torno a la muerte de Mario. El diálogo está bien trabajado y los hoyos del discurso están cargados con más información, incluso que lo establecido textualmente.

Razón número cuatro para no presentarlo.

No tengo puta idea de cómo se presenta un libro. De hecho, estoy casi en contra, para variar, también de las presentaciones de libros. Así que no se escandalicen cuando termine este texto y me vaya al carajo. En fin. Digo que, pues, es mi cuarta razón, pero incluye otra razones subyacentes: casi no leo cuentos y el tema de la violencia. Sobre la primera no puedo decir mucho, tampoco leo poesía porque la odio abundantemente. Y si hay algo que aborrezca más que la poesía es a los poetas. Pero, vamos, dejemos esto. No se puede hacer mucho, y sin embargo leí los cuentos. Que hay que admitir me gustaron mucho. No quería leerlos por la razón número dos, que me había ganado en el concurso Comala, pero bueno, ya me obligaron a leerlo en Pez Banana y me he sorprendido bastante. Hay que practicar la honestidad (hay que recordar que este sentimiento no es exclusivo del campo ni de Navojoa, ni siquiera de Etchoropo, donde la fría y delgada línea del horizonte cede a la noche el más arrebatador de los sollozos humanos). Y sí, eso. Practicando la honestidad es como se presentan los libros. Sin tirar cebollazos. No quería leer el libro, por berrinche, sí es cierto, pero puedo decirlo libremente: cedo el paso al Musiquito del talón, el libro que me ha derrotado y acepto, humildemente, compañeros, que está bien construido.

Razón número cinco para no presentarlo.

El tema de la violencia. Simplemente no lo entiendo. La forma en que muchos autores aprovechan la coyuntura social para vender sus libros. Ahí está Pérez Reverte o Élmer Mendoza o cualquier otro cabrón de ésos que se hacen ricos haciendo una retrato de la condición lamentable de este país y su inmundo negocio de las drogas. Reporteros que devienen en escritores literarios con la publicación de una novela que tiene como personaje principal un narquillo u otro pendejo que tienen nuestro jodido país sumido en una turbación cultural, en la que el narco es héroe. Ah, cómo los odio. En fin, me pasa esto cuando leo Musiquito del talón, me escandalicé, es que soy bien conservador. Dije para mis adentro: “No, por favor, no, tú no, amigo Alfonso, no caigas en ese hoyo negro, no publiques en Mondadori” (no es cierto, Alfonso, publica si se puede, hay bastante pasta). Bueno, pero era sólo un error, un prejuicio. Porque finalmente, este libro se salva del contenido tramposo. Aquí les digo por qué. Reflexionen conmigo.

1) La violencia acá es atmosférica. Si bien se intuye el conflicto que tiene que ver con sicarios y corridos, en “Musiquito de talón”, el cuento no aborda el trasunto directamente. Aquí el catalizador de la violencia es el personaje, quien no está inmediatamente relacionado con la acción de los asesinatos, sino con la propia ficción que desarrolla a petición de ellos. Las historias que crea o los discursos que escribe para estos esbirros son metaficción. El personaje que construye una ficción dentro de otra. Y esto hay que pensarlo muy bien. Musiquito de talón, el libro, no está en el epicentro de la violencia, sino en una de las ondas expansivas del temblor. Walter Benjamin acusa que la memoria no es un acto sino un escenario. Y acá sucede igual, la memoria de Alfonso sobre la violencia no habita el conflicto directo, brutal, sino dibuja el marco social, consecuente de la colisión. Aquí está el rasgo que salva el libro: aborda la violencia desde una visión de paralaje. Les explico: La paraleje puede ser definida como el desplazamiento aparente de un objeto causado por un cambio en la posición del observador. Los filósofos más versados en nuestros días aplican esta noción para recuperar un materialismo dialéctico mediante una brecha asociada a dos polos opuestos. Ya sé que no saben nada de filosofía. Pero les explico lo mejor que puedo. La idea aquí es que el sujeto que observa puede acceder a un desplazamiento que separa el uno del sí mismo, logrando una visión más renovada y fresca en la lucha de los opuestos, es decir, en este caso, la violencia y escribir desde una computadora, a salvo en casa. Los polos son pues: la violencia real y la violencia ficticia. Así, la tradición literaria de los bastardos de Mondadori escriben sobre el tema acuñando un realismo que no alcanza los términos de la experiencia realista. Diez capítulos sobre un conflicto del narco se quedan cortos en relación con un decapitado en el puente, una granada estallando junto a un grupo de personas o una niña balaceada acá, de este lado, en el mundo “real”. Aquí la visión de paralaje: Alfonso en su libro se disuelve, se desplaza y busca otra forma renovada del tema, alejado del centro gravitacional, explora la atmósfera social con estos personajes que no participan evidentemente en la pugna y la profanación del dolor que estriba en el tema de la violencia. Alfonso se salva del exceso, como lo haría también David Miklos con No tendrás rostro o Antonio Ortuño con La fila india, quienes revisan el tema de actualidad, pero desde otra posición.

2) Sé que había prometido otro punto de reflexión, pero creo que es demasiado para que los otros compañeros participen con un análisis de verdad. Aquí lo dejamos. Y sólo queda decir que hay una recomendación en todo esto, en toda esta palabrería sin sentido, quiero decir. Vaya, les acabo de mostrar mis razones por las cuales no quise presentarlo y aquí estoy. Los cuentos de Alfonso resultan un chapuzón refrescante en medio de tanta literatura basura que se publica acá en nuestro estado. Ah, el odio. Gracias, Alfonso.

Pez Banana