Las elegidas: El enemigo está en casa

Decía el extinto y prolífico artista visual, Alberto Morakis, palabras más, palabras menos, y no con poca mordacidad e ironía, que la principal fuente de inspiración del creador fronterizo emana de la fealdad, la ignominia y el horror que no para de irradiar el infame muro que separa México de Estados Unidos. “La fealdad y la frustración que me provoca ese muro, son mi motor para pintar”, solía decir.

Coincidentemente, y a propósito de fenómenos y conceptos que, lamentablemente suceden en entidades fronterizas (y en otras latitudes, claro), pareciera que el más reciente largometraje de David Pablos (Tijuana, 1983), partiera de esa romántica y curiosa acepción del artista visual nogalense, y que quizás tenga que ver con la condición fronteriza de ambos creadores. El argumento en Las Elegidas (Canana, 2015), retoma precisamente la ignominia y el horror que padecen algunos seres humanos, específicamente mujeres, como poderosos pretextos-recursos, para contar el drama que viven a diario miles de mujeres que sufren abusos en nuestras fronteras, y a lo largo y ancho de nuestra arruinada geografía nacional. Así, el realizador tijuanense parte en su historia de una poderosa y escalofriante realidad: la trata de blancas. Y, de paso, cuestiona de manera inteligente el peso y la influencia que tienen la herencia cultural sobre el comportamiento retorcido de varios miembros de nuestra querida sociedad.

Dos bellos adolescentes semidesnudos aparecen a cuadro, en lo que parece ser una austera habitación de cualquier barrio clase mediero tijuanense. El chico le susurra delicadamente al oído a la chica: “Sabes que te amo y que jamás permitiré que alguien te haga daño”.

David nos arroja a la cara, implacable y sin contemplación alguna, lo terribles y perversos que podemos llegar a ser como líderes de una familia.

-A nadie le gusta imaginar que su progenitor es un verdadero proxeneta hijodeputa. ¿Verdad?

El amor y la violencia como convenciones sociales

El autor pone sobre la mesa una reflexión sustantiva sobre el concepto de familia, sobre cómo esta entidad nos enseña, desde pequeños, y en ocasiones de forma completamente irresponsable, a asumir convenciones sociales e inercias estúpidas a ciegas, y que nadie o casi nadie dimensiona o tan siquiera advierte. Como si acaso ciertas nociones de entendimiento sobre cualquier tema -sobre todo las que tienen que ver con el mal y la violencia-, fueran necesarias allá afuera –en la sociedad- para ejercerlas sin conciencia y a discreción frente a los otros sujetos con los que se convivirá cotidianamente.

Secuencia #2.

Aparece a cuadro la típica escena de la sana convivencia familiar en casa del novio protagonista de la historia: El padre, de oficio proxeneta, prepara cariñosamente el asado que la familia habrá de degustar, a propósito del cumpleaños del líder-explotador y mancillador de mujeres- de la familia. El hijo menor –protagonista- presume a su nueva novia –que en realidad es la nueva víctima, pues será reclutada y enviada a la fuerza al prostíbulo del sujeto que prepara sonriente el asado de res. Mientras la madre, jefa de familia, corta delicadamente el pastel que expresamente preparó para el cumpleaños de su marido.

Con una exquisita economía de recursos cinematográficos, Pablos se pasea por los sórdidos recovecos del mundo de la trata de blancas en la frontera mexicana. Retratando, con su cámara, estimulantes y plásticas imágenes que nos recuerdan la frialdad y la perversión implícitas en la condición humana. Abrevando siempre de las enseñanzas -irresponsables- primigenias, sobre el amor y la violencia que nos otorgan nuestros ingratos padres. Nociones que poco a poco tienden a petrificarse en nuestra memoria, y a devenir en verdades a medias o dogmas inamovibles que determinan, para bien o para mal (por lo regular para mal), nuestro esquema de pensamiento y nuestro comportamiento social como adultos.

Pez Banana