El Blues Vagabundo de Adán Medellín

El blues busca, ante todo, generar un estado de ánimo. Su origen así lo refiere: esclavos africanos que, después de las extenuantes jornadas de trabajo, se refugiaban en la música. Una guitarra maltrecha y, acaso, algunas percusiones, eran suficientes para revivir la memoria y aislarse, aunque fuera por unos minutos, del entorno en el que vivían. Por esta razón este género musical convoca la tristeza, nostalgia por lo que se ha dejado atrás. Adán Medellín (Ciudad de México, 1982) se propuso entrelazar la narrativa con el espíritu del blues y escribió Blues vagabundo (Lectorum, 2017), libro de cuentos que ganó el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2017.

Blues vagabundo apuesta por dos tipos de cuento: el relato extendido, en el que hay un desarrollo importante de los personajes y rupturas temporales que nos permiten asomarnos a su pasado; por otro lado, nos presenta viñetas o estampas que aluden a la vida de algún bluesman famoso. Además, entrelazadas entre las historias, hay fragmentos de canciones que, supongo, ayudan a crear un contexto para la lectura más allá de que los personajes sean aficionados al género y tarareen las melodías en varias escenas.

Una de las virtudes de los cuentos de Adán Medellín es su prosa clara, enfocada en contar los pasajes sin demasiados enredos y en no perder el hilo de las acciones. El autor parece seguir, al pie de la letra, una de las recomendaciones del gran cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro: un cuento debe ser directo, sencillo y sin ornamentos. Por otro lado –siguiendo la poética del mismo autor– los textos deben anclarse en un dilema que el protagonista debe resolver a toda costa. Por supuesto, este viraje en la trama debe ser sorprendente y mantener la tensión hasta la última línea. De esta manera tenemos, a grandes rasgos, las promesas de Blues vagabundo que se cumplen, aunque, para hacerlo, afronten algunos riesgos. En esta línea se mueven los cuentos “A cuatro manos”, “Brasilia 1979” y “Coyote”. En estas historias tenemos, a grandes rasgos, la misma historia con algunas variaciones. Así como las canciones de blues –si dejamos a un lado aquellas que tocan temas sociales– se regodean, una y otra vez, en el desencuentro amoroso, en Blues vagabundo ese tema se desarrolla con amplitud: se presenta la relación de un hombre con una mujer y, casi de inmediato, el punto de ruptura que los aleja definitivamente. Adán Medellín resuelve con solvencia las tramas y tienen la habilidad suficiente para crear personajes vívidos. Sin embargo, en algunos textos se extraña una mirada que lleve a los personajes y a sus historias a un territorio que supere la fatalidad anunciada. En el afán de llevar sus cuentos al territorio del blues, el autor se deja contagiar por el feeling e intenta machacar el final –como el largo remate de una canción– con palabras o líneas de más. Este recurso, entonces, parece más un gusto para el que escribe que una posibilidad abierta o sugerente para el lector. Por ejemplo, en el final de “A cuatro manos” –uno de los cuentos cuya premisa es más interesante– la creación artística y el alejamiento sentimental por los triunfos de la pareja, termina con un llamado conmovedor, pero excesivo: “…Marina, háblame de mí mismo, estoy confundido óyeme, dime qué piensas de esto, dime qué soy, refléjame, perdóname. Marina del texto, Marina del silencio, Marina irrepetible, ¿dónde estás?”. En lugar de apelar una y otra vez a la súplica convendría dejar al lector con una imagen contundente que se presenta, justamente, un poco antes: el protagonista, solo en su habitación, mirando la gran ciudad y una pila de hojas como símbolo de la escritura que terminó por arruinar sus sueños y, peor aún, su relación.

En Blues Vagabundo hay buenos ejemplos del cuento que busca representar antes que trastocar la realidad. Los personajes tienen sus mejores momentos cuando los dilemas que presenta el autor parecen ahogarlos y necesitan tomar una decisión. Sin embargo, cuando el dilema parece, más bien, un destino inexorable –la pérdida o el fracaso– tenemos la sensación de que la mano del autor se ha entrometido de más para colocar las fichas adecuadas a sus propósitos. Quizás por eso los retratos de los bluesman funcionan como intermedios –respiros– para romper con la probable monotonía de la lectura. Más allá de los riesgos, lo que hace a estos cuentos funcionales, es la capacidad que tiene Adán Medellín para narrar. Por esta razón los cuentos crecen gracias a abundantes descripciones y una línea temporal muy clara en la que siempre ocurren cosas. Se percibe, casi de inmediato, que el autor asimiló muy bien las lecciones de los viejos maestros, empeñados en dibujar el paisaje y la psicología, antes que improvisar o romper las expectativas del lector a través de la estructura y el lenguaje.

*Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977). Ha publicado, entre otros, los libros de cuentos Ella sigue dormida (Tierra Adentro), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla. Reedición Cuadrivio), Crónicas de Liliput (BUAP), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y la plaquette Ajuste de cuentas (Paraíso Perdido). También ha publicado las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta), Por una cabeza (Ficticia Editorial/UAN. Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo) y El último día de septiembre (Libros Magenta/Secretaría de Cultura de Puebla). Coordinador de talleres literarios.Ha participado en varias antologías de narrativa y en publicaciones como Casa del tiempo, Luvina y el suplemento “Confabulario” de El Universal. Colaborador dela revista Crítica y exbecario del Fonca.

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