Björk, el péndulo de Foucault y una ruidosa bobina Tesla

Más que una cantante (virtuosa, prodigiosa, con registros vocales bastante singulares, esa voz es un recurso natural de Islandia, un bien intangible de la humanidad), Björk Guðmundsdóttir es una artista pop en toda la extensión del término, lo revela en sus apropiaciones de objetos populares e icónicos para contextualizarlos en otros ámbitos, en sus intentos de tender un puente entre el arte y la ciencia así como en el uso de tecnologías innovadoras. Siempre está a la vanguardia: fue pionera en el uso de la web desde su primer disco, Debut (1993); ha utilizado técnicas revolucionarias en muchos de sus videos, ha incursionado en el mundo de las apps y la realidad virtual, o en la filmación en video de 360 grados. Björk se ve a sí misma como una sacerdotisa de Gaia que se para en el escenario usando péndulos, gamecelestas, órganos, y una peligrosa y ruidosa bobina Tesla. Pero es más que eso, no es una cantante cualquiera, es una mitógrafa que nos hace recuperar el asombro por el mundo, es una artista conceptual y multidisciplinaria: puede abarcar música, imagen, recursos digitales, investigación científica, aplicaciones.

En uno de sus álbumes más celebrados, Biophilia (2011), asistimos a su madurez creativa. Se advierte en el disco una cima que ha sido celebrada por la crítica especializada. Es fácil notarlo, desde las primeras notas se advierte que no estamos frente a un disco formal, se trata de un enfoque arriesgadísimo, incluso para los estándares de la cantante. Sus temáticas en esta propuesta abordarán el cosmos, los movimientos tectónicos, la rotación de los astros.

Biophilia abre con «Moon» y continuará con otros fenómenos cosmológicos. Björk sabe que hay algo de simbólico en dirigir la mirada a la luna, lo hacemos de forma automática, el acto tiene algo de involuntario. Lo sabían Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke, quienes recalcaron el símbolo del primate mirando el astro en 2001. Se dice que el ser humano es «contemplador de lo que ha visto» como querían los griegos en el Cratilo platónico, en donde se narra cómo se creó el concepto de anthropos, para hablar del observador que se fascina con el movimiento de las estaciones y distingue cierta inteligencia en lo inapresable de su entorno, así es Biophilia, pura contemplación desde una actitud religiosa, pero fundada en datos científicos, pura fascinación ante la realidad. Después de todo, la luna marca los ciclos, señala las efemérides y los calendarios, y posee una carga de significaciones que nos ha perseguido a lo largo de la historia. El ser humano es el mono lunar que la interroga y que también sufre de sus cambios.

Björk afirma renacer de esas «tibias manos de los dioses» luego de ciertas «circunstancias de riesgo vital». El lúdico contacto de la cantante con la ciencia y la naturaleza tiene un origen comprensible, sus padres eran ecologistas con preocupaciones científicas. Una de sus frases más conocidas: «Cuando despierto tiendo a crear el Universo, por la tarde, lo mato», revela mucho de sus intenciones para con éste y otros álbumes. Biophilia es tan cerebral que, más allá del marco de sus propios temas y propuestas musicales, hay otra música oculta que parece desprenderse cuando lo escuchamos. Tal vez por eso haya sido concebido como un álbum interactivo para iPad con una aplicación «madre» y otras diez aplicaciones «hijas» que llevarían a los escuchas a interactuar con los temas y a crear sus propias versiones de los mismos.

«Thunderbolt», otro de los temas, está marcado por la introspección, señala una sensibilidad ancestral, más bien, la recupera para observar los rayos y los truenos con otra mirada, de esa forma, éstos representarán una señal que marca el descenso de los dioses en los pueblos antiguos. Björk usará en el tema una bobina Tesla, ese objeto icónico de tiempos más optimistas cuando se creía en un futuro promisorio y de avances ilimitados, símbolo del triunfo de la ciencia y que alguna vez representó la idea utópica de transmitir señales de radiofrecuencia y energía eléctrica sin cables. Para Björk, la bobina será otro instrumento musical, del mismo modo que la detección de la rotación terrestre sobre su eje imprimirá los movimientos en los péndulos usados para la canción «Solstice».

No hay en Biophilia la diversión fácil (que conste que no estoy peleado con ella), el aturdimiento o anestesia destinada a los ingenuos que dicen escuchar cierto de tipo de géneros para «relajarse», hay inquietud y exaltación, verdadero arte llevado a sus altos voltajes. Escuchar el disco supone mirarse los pies para asegurarnos de que no flotamos. El uso de la bobina, más que funcional es simbólico, busca al crear una prueba de vinculación con el planeta. Es un álbum-app que opera como un sistema de traducciones o de conversiones de ciertas fuerzas en donde se buscará el equivalente exacto de la naturaleza dentro de una expresión musical.

«Regalos peligrosos vendrán a mí», señala la cantante. La mirada de Björk recupera el asombro por el cosmos e induce a la sorpresa por lo cotidiano. En Biophilia es posible participar en todo aquello que la música tiene de vaivén, de encontrar eso que el universo posee de musical y de apreciar aquello que se puede arrebatar a la ciencia y la tecnología como medios de expresión. Es un compendio atrevido y brutal de fenómenos físicos, cosmológicos y meteorológicos: la geometría de las moléculas y los virus en «Crystalline»; esa materia misteriosa de la que está formado el universo y que solo es posible detectar de manera indirecta, tema expresado en «Dark Matter»; los sonidos de fondo del planeta en «Mutual Core», que tratan de imitar el rumor de la lava mientras parece moverse dentro de las placas terrestres y que forma el latido de nuestra esfera. De esas temáticas manarán, a ojos cerrados del escucha, las formas, los afluentes, los movimientos, las transformaciones, y nuestras intrincadas relaciones con el entorno.

Biophilia se abre y se concibe como un libro auditivo de ciencias, será nuestro soundtrack en el camino a Marte, lo escucharán los astronautas dormidos en sus cámaras criogénicas para entretener sus solitarios pasajes por los planetas del sistema solar. Con una bobina Tesla, la artista tañerá, como las cuerdas de un arpa, a los mismísimos campos eléctricos; al usar el principio del experimento de Foucault, la rotación terrestre será la sección rítmica.

Esa intimidad con el mundo tiende puentes hacia el milagro mismo que hay en todo (hay que recordar que toda vida es una conjunción de «zonas ricitos de oro» en la que, una leve inclinación del planeta, la variación en la temperatura del sol, o una ubicación distinta en el orden planetario ya tiene consecuencias catastróficas). «Ansiando milagros», nos dice en «Thunderbolt» y nos aclara que su «gen dominante es romántico» o que «tiene hambre de unión universal», con esto, Björk señala ser parte de algo mucho más grande y que no podemos desprendernos de ahí, cada uno de nosotros es un eslabón más de una larguísima cadena de causas y efectos. El tema que cierra el disco «Solstice», tiene una especie de sonsonete muy parecido al ritmo que los rabinos y sacerdotes le imprimen a sus sermones, no es alguien leyendo el Talmud, o el mullah llamando a la oración, hay algo de chamánico en sus aproximaciones a la comprensión de la ciencia. Björk parece decirnos que si hay un lenguaje en todo, éste será musical o no será.

La revolución de los astros, la teoría de cuerdas cuya vibración crea en nosotros la idea de la materia, las matemáticas que logramos distinguir en todo, forman una armonía de la que todos somos parte, se intuye desde la época de la secta pitagórica, lo confirman los científicos experimentales y los cosmólogos. Biophilia busca condensar y reproducir, con recursos estilísticos, esa música de fondo universal. El talento y la inteligencia para crear y comprender cualquier música, no son ajenos al entorno físico que los engendra, al final, serán pruebas vinculantes con las leyes en las que fueron formadas. En Biophilia (que es «amor a la vida») hay mucho de simpatía hacia las imposiciones físicas y biológicas, al final de todo, ellas y nosotros formaremos un todo que quiere perpetuidad, que busca correspondencias, formas de simetría, sincronicidad y azar que se prolongue.

∗Noé Vázquez (Puebla). Es escritor y ensayista. Cuaderno navaja es su espacio en la pecera. Publica en la revista Crash.mx y otros medios.

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