Daniel Espartaco Sánchez ( Chihuahua, 1977) e s mencionado por las personas interesadas en la actual literatura mexicana; la mayoría, sin embargo, lo identifica como el autor de Cosmonauta (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011), que ha tenido muy buena acogida por parte de la crítica y el público lector. A través de historias directas y sencillas nos sensibiliza con lo que los personajes pierden/descubren en un momento dado de su vida, lo mismo que todos nosotros perdimos/descubrimos mientras crecíamos. Esto con un telón de fondo poco usual en estos días en las letras mexicanas: el efecto comunista en el país. Y resumo Cosmonauta de manera tan grosera porque valdría la pena volver en otro momento a intentar una reseña detallada, aunque el libro cuente ya con un par de años y el entusiasmo de los lectores.
Por el momento nos ocupa Bisontes, publicada por Editorial Nitro/Press, la última novela publicada de Espartaco y que narra la historia de Miguel Habedero, un escritor en el retiro. Tras haber dejado de escribir treinta años, recibe una llamada que lo hará volver a su tierra natal para recibir un homenaje. Accede, sí, pero después de una primera negación que es reconsiderada porque la voz de la mujer que le habla del otro lado de la línea le parece sexual. Una vez en Chihuahua, el escritor vivirá un paréntesis en el hastío de su vida.
Bisontes se divide en dos partes que son contadas por un narrador en tercera persona, que también va insertando, a manera de recuerdos, los sucesos que marcaron la vida de Habedero: enterarse que tiene una hija de treinta años, casi el tiempo que lleva sin publicar, su poco comprometido paso por la izquierda militante, donde conoció a la madre de su hija; su niñez en Chihuahua, que le dejó para siempre el recuerdo del sonido del silbato del tren como si fuera el bramido de los bisontes; también, mientras se cuentan los sucesos que lo llevaron a escribir las obras que le merecieron fama, éstas se citan a pie de página, como meros hechos incidentales, lo que refuerza la impresión de que el mismo escritor las considera de esa manera: ajenas a sí mismo.
Cuando Miguel Habedero regresa a Chihuahua y sufre su homenaje y el contacto con la “cultura” chihuahuense, el relato nos recuerda la obra de Ibargüengoitia, situada en Cuévano, en específico cuando la infaltable eminencia local atosiga al escritor para sacarle sus opiniones sobre literatura mexicana. Se cuelan en estos pasajes escenas no exentas de humor que, sin embargo, no pretenden burlarse de la escena cultural provinciana. Al contrario, hay cierto dejo de nostalgia que, conforme avanza la historia, la iremos descubriendo inherente a Habedero, pero ésta, más que el reflejo de días plenos perdidos, termina representando la vida de una persona que no sabe lo que quiere y que al mirar atrás con la intención de darse nortes al respecto, descubre que quizá nunca lo ha sabido. Donde todo parece haber sucedido casualmente, apenas le provoca algo su infancia y el contacto temprano con personas que querían cambiar el mundo, apenas algo sus matrimonios fallidos, su paternidad fallida, sus remedos de compromiso político, sus experimentos con el sexo y las drogas, su viaje a la sierra Tarahumara en busca de una verdad trascendente. No se puede, o al menos no es fácil, parece querer decirnos la historia, romper la cómoda inercia de una vida, una vida llegada al punto en donde ya no es posible perder algo importante, y donde lo que alguna vez se perdió tampoco pareció doler demasiado.
En una primera lectura pensé que Bisontes podía haber formado parte del corpus de Cosmonauta. Sólo hasta el repaso entendí que Habedero no es ningún Ilich (nombre protagonista de casi todas las historias del libro de relatos) y que no buscan lo mismo. Ilich todavía se afana en el pasado con la intención de completarse en el presente, de ser ese alguien que los recuerdos le dicen que pudo haber sido. En cambio la vida de Miguel Habedero, y eso es lo que se desprende de sus recuerdos, es la de un hombre que se abandonó a las contingencias sin mayor conciencia ni compromiso (lo que es extraño tratándose de un escritor), es la de un hombre que se descubre indolente. Cuando la carta de su exmujer lo evidencia como cobarde, no concede el menor asomo de disgusto ni de negación. Acaso el sonido del tren impostando el de los bisontes lo refleje en su justa figura: apenas un algo remedando una vida.
Daniel Espartaco Sánchez nos deja, a través de una prosa sencilla y contenida, pero evocadora, el relato de un hombre que no supo aprovecharse, a pesar de haberse convertido en escritor, en esposo y hasta en padre, a pesar de seguir obteniendo oportunidades. Quizá esta historia quiere decirnos otra cosa: que en realidad nada tiene importancia, que no pasa nada si un sonido, un zumbido llega a sustituir todo lo que había en nuestra cabeza, que no pasa nada si uno hace o deja de hacer y que esto no tiene que ser necesariamente trágico.