Tejer la oscuridad

El reloj del fin del mundo (Doomsday Clock) sigue avanzando y cada vez estamos más cerca de una realidad donde la sobrevivencia de la humanidad ya no dependerá de nosotros. Tejer la oscuridad (Random House, 2020) es una novela sobre ese posible apocalipsis. Los ejes que mueven a los personajes son la muerte, el éxodo y la búsqueda de un nuevo dios que muestre clemencia:

Qué terrible debía ser para ellos descubrir que su dios no era uno ni estaba aquí cuando debía defenderlos; creer que dios es algo así, momentáneo, algo así, perecedero, que dios era superficie y no aquello que aguarda en lo más hondo.”

Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) se aventura mostrándonos un futuro donde la luz es el factor del que tenemos que escapar para subsistir. En esta novela polifónica, es el mismo lector quien va entretejiendo una realidad distópica gracias a los más de ochenta narradores diferentes. Personajes que caminan en dirección contraria al sol y se ocultan bajo tierra, se aferran a algo incierto, migran y enfrentan uno de los mayores miedos de nuestra generación: el fin del mundo. Algunas de las manifestaciones del fin son representadas con tormentas solares, duplicación de personas, guerras entre iguales y una profunda reflexión sobre las cuatro dimensiones del ser: la dimensión física, donde vemos cómo los personajes se relacionan con su propio cuerpo y las cicatrices que los han marcado. La dimensión social, que implica cómo se lleva el individuo con las personas que lo rodean, con su comunidad. La dimensión emotiva, el mundo interno, los sentimientos, los lazos afectivos que facilitan la interacción social. Y por último la dimensión cognitiva o intelectual, su capacidad de razonar y deducir, de comprender la realidad que lo rodea y le brinda la posibilidad de usar la creatividad para encontrar soluciones a sus problemas.

A nivel de lenguaje es una maravilla que no deja de asombrar, sobre todo porque compele al lector a reedificar una estructura poco convencional. La forma compleja en que está escrita confronta en más de un sentido. Monje logra que la trama se quede contigo durante días, forzándote a reflexionar sobre las metáforas, sobre el presente y la culpa que ignoramos por comodidad, pero que recaerá sobre nosotros cuando ese futuro nos alcance.

La orfandad también es parte importante de la esencia de los personajes, es el origen de la aventura y lo que empuja a esa comunidad de niños desamparados, que pronto se convertirán en hombres y mujeres, a buscar un sentido de pertenencia. Los personajes se aferran al grupo, a la imagen idílica de un lugar, a su historia y a los tiempos que transitan. El nombre no es relevante, lo importante es que todos son uno y son todos quienes nos muestran esa visión subjetiva que termina por ser colectiva. La fuerza y la debilidad de esa comunidad, la dualidad que busca la oscuridad.

Quisiera saber cómo trabajó la mente de Monje para poder desarrollar un libro que parece un rompecabezas de narradores. Donde cada uno de ellos expresa parte del peregrinar en medio de un terreno inhóspito. Aunque no literalmente, percibí en sus idiolectos que el pasado y el futuro ocupan una misma línea temporal dentro de la trama y hay situaciones que se repiten como ecos de civilizaciones previas. Hay reminiscencias a culturas ancestrales, hay frases de el Popol Vuh, el Chilam Balam y una oda a esas tradiciones de escritura multisensorial, multitemporal y multidimensional que desarrollaron los Incas para preservar su historia.

∗Zeth Arellano (Mexicali) es narradora dedicada al relato breve. Obtuvo el primer lugar en narrativa del VIII Certamen Literario Ricardo León, en España. Ha participado en diversas antologías como Ojo de Pez y en la edición Lados B 2018 de Nitro/Press. Cuenta con participaciones en revistas digitales como ERRR Magazine, Penumbria, El Septentrion, Mood Magazine, Erizo Media, Maremoto Maristain, Pez Banana, Cinosargo y Lado Berlín Magazine, entre otras. Actualmente es Comisionada de la Fundación Internacional de Arte y Cultura en Baja California.

Pez Banana