Si no has llorado y quieres hacerlo, ten los últimos hijos

Hay un pequeño cuento de David Foster Wallace, Encarnación de una generación quemada, donde después de una trágica mañana en el infierno doméstico, el padre de una criatura que recibe las descargas siniestras del destino, en forma de una olla con agua hirviendo, piensa : “Si no has llorado nunca y quieres hacerlo, ten un hijo. Te romperá el corazón dentro del pecho, eso es lo que hará un hijo”. Eso es lo que piensa y eso es lo que pasa. Porque todo, tanto lo malo como lo maravilloso que le sucede a un hijo se amplifica en sus padres. Los pechos se hinchan de orgullo o se secan de melancolía. He visto madres berrear como animales fracturados frente al cadáver de su hijo. He visto padres que se lanzan, después de que alguien baja el ataúd que guarda el cuerpo muerto de su hijo, al boquete en la tierra que alguien ha hecho para sepultar aquella existencia apagada. He visto ese dolor y no creo que exista uno más grande. O por lo menos no he sido testigo de una desesperación tan aguda como la de una madre o un padre que teme por la vida, por la existencia de sus hijos.

Recién leí la novela Los últimos hijos (Almadía, 2015) de Antonio Ramos Revillas (Monterrey, 1977). Al terminar la última página cerré el libro y sentí que algo dentro de mí se había destrozado para siempre. Algo que no sabía que estaba ahí, una glándula, una víscera que cumplía la función de no permitir que mi alma quedara a expensas de la desolación total. Afortunadamente mi hija no se encontraba cerca de mí cuando terminé la obra. Afortunadamente estaba en su escuela, corriendo, jugando, tal vez bailando canciones repletas de imaginación. Si mi hija hubiera estado cerca cuando acabé esta lectura, una de las más significativas que he tenido en el año, la hubiera abrazado tan fuerte que quizá hubiera lastimado su pequeño y amado cuerpo. Y no sé si lo hubiera querido soltar por el resto del día. Mi hija no estaba, pero ansié salir corriendo de la casa para observar la luz de sus ojos.

Además de un poder narrativo que se va tragando al lector, Los últimos hijos es una obra trazada con una belleza formal que devela lo más sombrío de la condición humana. Las descripciones de los escenarios: las calles de Monterrey, la carretera, el interior psicológico de los personajes. Todo cincelado a detalle. El trabajo de un obsesivo observador del carnaval humano. No había leído nada de este autor regio. Sin embargo, sin conocer el resto de su obra, me bastan Los últimos hijos para afirmar que se trata de uno de los escritores más relevantes de la literatura mexicana.

Si quieres que te rompan el corazón, lee Los últimos hijos.

*Iván Ballesteros Rojo (Hermosillo, 1979). Es narrador y editor. Dirige .

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