Rafael Villegas, ucronías y espirales de tiempo

Hay formas de entender las ucronías, ese espacio sesgado y ficticio que hace sobrevuelos sobre ciertos eventos en el que se crea un mundo muy parecido al real, alimentado con situaciones posibles. Una ucronía es una realidad alterna encorsetada en ciertos parámetros lógicos, pero, al fin y al cabo apócrifa, es decir, falsa. Y hay algo que me resulta atractivo y un tanto poético que viene relacionado con la etimología de la palabra. Apócrifo es «ocultar lejos» en su acepción más antigua. Hay varios sentidos en el uso de la palabra: se habla de Evangelios Apócrifos a ciertos textos no canónicos que narran un hecho conocido, en este caso, un evangelio o buena nueva, pero desde un punto de vista alternativo, controversial y no autorizado —y tal vez ahí radica el encanto y la fascinación que ejercen— que también es expresado con un lenguaje, en ocasiones, esotérico. La segunda acepción de apócrifo viene de «oculto». Y lo apócrifo que le atribuimos a ciertos hechos viene con una actitud que privilegia el fingimiento y la exageración. Pienso que toda la literatura está hecha de supuestos, más o menos cercanos, más o menos alejados de una realidad conocida, en este sentido, la ucronía no se aleja mucho del resto de la literatura. Si pensamos en un poema como La Ilíada nos damos cuenta de que es una especie de glosa, comentario, falseamiento, enumeración de hipótesis, exageraciones y mistificaciones alrededor de un conjunto de eventos más o menos verificables. Entonces, es necesario ese falseamiento de los hechos para resaltarlos, otorgarles más espectacularidad, poner el contorno a ciertos hechos para revelarlos como una realidad imaginada, sí, pero también sugerente y atractiva; pero en el caso de las ucronías, estás crean una versión alterna de la realidad para pervertir y el desarrollo o desenlace de ciertos hechos, entregar una visión supuesta, pero también posible. La ucronía se disfraza de verdad alimentándose de ella, pero entrega algo más, una visión, una sensibilidad, un mensaje —aunque el término suene un tanto cursi—. El marco real de cualquier relato es necesario como referencia o asidero por lo que son necesarios ciertos referentes que puedan ser familiares y verificables al lector.

Respecto al relato de lo que pudo ser y no fue —es decir, la ucronía, la historia virtual— puedo mencionar el primer ejemplo que me llega a la cabeza, el de Philip Roth cuando imagina un mundo alterno donde Charles Lindbergh, primer hombre el cruzar el Atlántico en un aeroplano, ultraderechista, pronazi, racista, completamente nacionalista y aislacionista, gana las elecciones presidenciales de 1940 en Estados Unidos en contra de Franklin D. Roosevelt y se instaura en Estados Unidos un régimen fascista —el pre-fascista ya se vive de una u otra forma— en el que la CIA y el FBI hacen las mismas labores de persecución y encarcelamiento que la Gestapo en Alemania. Se trata de la novela La conjura contra América (2004). Roth, como un escritor judío, nos contagia la paranoia de una distopía terrorífica donde el pueblo hebreo es perseguido en un país que debía ser su refugio; otro caso de ucronías, el de Philip K. Dick en su novela El hombre en el castillo (1962) cuando aborda un tema semejante: Asesinan al presidente Roosevelt, los Estados Unidos nunca se recuperan de la Depresión, las Fuerzas del Eje han ganado la Segunda Guerra Mundial y el territorio estadounidense se encuentra dividido entre áreas de influencia japonesas y alemanas. Pensando en una realidad alterna como esta, no es tan descabellado concebir una posible influencia del régimen hitleriano en la sociedad actual, de hecho, se podría decir que esta influencia es real, pensemos en la innovación en la tecnología de cohetes que terminaron por llevar al ser humano a la Luna, el desarrollo de los motores de reacción y el predominio en la industria automotriz, todo ello viene de la forma en la que los nazis concebían su tecnología de guerra. Otra forma literaria de preguntarse «qué hubiera pasado si» viene de Stephen King, en su novela 22/11/63 (2011) el autor imagina un mundo en el que es posible viajar en el tiempo para evitar el asesinato de John F. Kennedy y el tipo de consecuencias que tuvo la supervivencia de este presidente. Para Oscar de la Borbolla la ucronía «es un montón de mentiras disfrazadas de verdades con las trampas de la verosimilitud», y en este sentido, se puede concebir también como un reportaje falso o mockumentary, un ejemplo, el de la cinta Zelig (1984) de Woody Allen, que habla de un personaje posible, pero inexistente, un verdadero camaleón humano cuya vida es conocida por personajes como Susan Sontag, Saul Bellow o Bruno Bettleheim quienes hablan de él en una serie de entrevistas falsas que rememoran los roaring twenties; o bien, algunos documentales apócrifos de la televisión de paga que hablan sobre encuentros posibles con Big Foot, la existencia de las sirenas, o las conspiraciones de los Illuminati. Si revisamos la red, nos encontramos con un cúmulo de ejemplos parecidos de perversión de lo real. Los perpetradores de estos engendros se parecen mucho a los cartógrafos medievales, a quienes no les importaba mucho la verosimilitud, el rigor histórico, el razonamiento cartesiano; éstos plagaban sus ilustraciones de toda clase de monstruos y lugares legendarios. No se trataba de ilustrar los lugares «reales» por descubrir o conquistar, sino los lugares posibles invocando la estimulante peripecia de visitarlos: Las Antípodas, los territorios de Preste Juan, los reinos de Gog y de Magog, el destino incierto de Enoch y Elías. Y existe mucho de este afán de invención en Internet, de versiones de una misma historia que se alejan, se contraponen o llegan a coincidir en ciertos puntos.

Hay en la colección de cuentos de Rafael Villegas (Tepic, 1981), Apócrifa. Libro negro (Paraíso Perdido, 2017) que abona mucho de este tipo de ucronías. Abre el volumen el relato «Permafrost» que nos habla de una posible misión de investigación científica a la zona de Yakutia en Siberia. A partir de las primeras líneas se advierte un tono entre confidencial y reservado, como si el narrador estuviera a punto de revelar un secreto. Muchas veces, durante la lectura del libro, llegué a escribir en Google la palabra «Yakutia» para encontrarme con tremendos artículos seudo-periodísticos muchas veces mal escritos y poco fundamentados con descripciones de misterios antiquísimos, avistamientos de ovnis, grutas que dan al centro de la Tierra o que son la puerta al Infierno. El cuento de Rafael Villegas aprovecha esa fascinación por los lugares remotos, tal vez sabiendo que nos es atractiva la idea de que en este mundo globalizado, donde es posible acceder a la información por medio de un clic podemos aún fascinarnos ante lo desconocido, distinguir misterios y recuperar el extrañamiento que nos produce la realidad —que también era una de las máximas de David Foster Wallace: «La recuperación del asombro»—. Pongo un ejemplo conocido acerca de la fascinación que los hechos no explicados pueden ejercer. El algún documental sobre la Antártida se narra que algunos pingüinos, siendo aves que habitan exclusivamente las costas, tienen comportamientos extraños como este: imaginemos un pingüino en su hábitat natural, se nota tranquilo, nada parece fuera de lo común, de súbito, algo parece detonarse en su cabeza y corre despavorido tierra adentro, no hay una amenaza visible, nadie parece perseguirlo, pero se fuga hacia las montañas. Su actitud no parece tener ningún sentido, ahí no hay ninguna fuente de alimento, solo desierto helado y temperaturas extremas. Tarde o temprano se perderá y morirá por inanición o cansancio, lo que suceda primero. Muchos años después encontrarán su cuerpo congelado. Hasta la fecha nadie puede explicar este comportamiento y no debe ser el único evento anormal que se nota en esas lejanas tierras. Lo que nos seduce del misterio es su condición de hermetismo. Cuando un fenómeno es comprensible, éste deja de interesarnos. En cuentos como «Permafrost» y «Swetie Pie» se advierte esa sensación de pasmo por un mundo que todavía esconde secretos.

Foto: Abraham Aréchiga

Citando de nuevo a Oscar de la Borbolla, él habla de la ucronía como una mirada que «vuelve a ser literatura pero de otro modo: no es cuento, no es relato, no es novela; es un híbrido: un injerto de literatura y periodismo: toma de la literatura sus vuelos y sus fantasías, y del periodismo sus formas —reportaje, entrevista, artículo de fondo, reseña, etc. — y su intención: informar de lo que ocurre en el mundo». Las ucronías de Rafael Villegas pretenden dar una relación de los eventos que podrían suceder o pudieron haber sucedido y sus medios son propios de la literatura cuando esta se apodera de todo tipo de formas de expresión, en este libro circulan varios formatos literarios, hay mucho de crónica, de ensayo, y al mismo tiempo no se aparta de otros esquemas del periodismo, como en el cuento «Carvalho-Mangiaterra», en donde se toma el modelo de un artículo publicado en un portal de noticias de Internet y una supuesta entrevista. Otras veces, utiliza el recurso del manuscrito hallado o una relación epistolar entre dos personajes, como es el caso de «Permafrost». Rafael Villegas parte de los datos duros de una noticia, de un evento, de un personaje, para conducirlos al terreno de lo fantástico, como es el caso del cuento «Veintiséis días de primavera», en donde la imaginación del autor se traslada a fines de la década de los sesenta del siglo XX para narrar —a partir del anuncio publicitario de un evento de fin de año en el salón Montparnasse en algún periódico de Guadalajara— una serie de entramados en donde no falta toda clase de referencias a la cultura pop de aquellos años; aquí el personaje principal es una mujer joven y privilegiada con una amiga imaginaria y la relación con su siquiatra.

Y tal vez el mejor ejemplo de la apropiación de un evento conocido para expandir sus lindes sea el relato «Sweetie Pie» que hace una circunvolución sobre la mítica figura de Henry Darger (1892-1973), pintor y escritor marginal en los límites de la sociopatía —se ha especulado que era un asesino serial en potencia— y autor de la saga de las hermanas Vivians, un manuscrito demencial y monstruoso de quince mil páginas que ha fascinado a los estudiosos y que lleva el no menos demencial título de The Story of the Vivian Girls, in What Is Known as the Realms of the Unreal, of the Glandeco-Angelinian War Storm, Caused by the Child Slave Rebellion que traducido sería algo así como La Historia de las Vivians, en lo que se conoce como Los Reinos de lo Irreal, sobre la Guerra-Tormenta Glandeco-Angeliniana causada por la Rebelión de los Niños Esclavos. El cuento de Rafael Villegas parte de la muerte de Henry Darger en 1973, y de ahí se remonta tres años atrás para hacer entrar a un personaje ficticio, Anne Joseph, quien vive en el territorio canadiense de Yukón y decide ir a visitarlo con la esperanza de saber quién es su padre. Villegas reconstruye algunos momentos de este autor casi indigente, intercala diálogos con explicaciones de su obra, se remonta a la trama de las Vivians donde éstas se convierten en personajes del cuento de Villegas. El autor forma una especie de andamiaje de entradas y salidas, de mundos dentro de otros mundos en donde se sobreponen datos verídicos —como el asesinato de la niña Elsie Paroubek en 1911, que dio pie a Darger para la creación del personaje de Annie Aaronburg en la legendaria novela de las Vivians— con la inflamada imaginación de Darger que se ve jineteando un oso negro de tres metros dentro de su monstruoso manuscrito, mientras vamos siguiendo el hilo de la trama que conduce a Anne Joseph a la ciudad de Chicago, buscando a Darger y enfrentándose a un misterio incluso mayor. Se trata de una superposición de dimensiones narrativas, de «filamentos de tiempo» —tal y como Villegas lo hubiera dicho— en un solo espacio y combinando varios estilos.

Villegas conduce la figura de Darger a los terrenos de la ficción para especular una versión de los hechos posibles a partir de los datos duros y verificables que se tienen, pero también, el cuento es una metáfora y una reflexión filosófica que parte de una frase de Paul Ricoeur citando a Maurice Halbwachs: «…a través de la memoria ancestral transita “el rumor confuso de lo que fue el remolino de la historia”». El autor habla de la muerte de Darger como una repetición, una de tantas de una larga cadena en donde todo aquello que «es», de alguna forma ha sido muchas veces, una visión cíclica de la historia. Pienso que este volumen, uno de los personajes centrales es la temporalidad, su repetición y bifurcación que reproduce escenarios posibles, concebida como un tornado que nos devora o nos escupe, nos crea o nos destruye. Esta preocupación por el tiempo es constante, pensemos en otro personaje, Tina, del relato «Veintiséis días de primavera», una mujer a quien le fascina que en el programa de televisión El túnel del tiempo aparezca un torbellino blanco y negro y que siente cierta obsesión por una extraña película de Alain Resnais, El año pasado en Marienband (1961), en donde los personajes están atrapados en un hotel repitiendo sus vacaciones una y otra vez; algo así como lo que le pasa con el personaje que interpreta Bill Murray en Hechizo de tiempo (1993), y esta palabra, Marienband, tiene un eco en otro cuento: «Filamento. Eones en otro tiempo», historia de ciencia ficción cuyas temáticas tienen la tradición de la narrativa de Olaf Stapledon: saltos entre dimensiones y universos que nacen y mueren, intercambio de información, «historias» que son formas de tiempo— se habla de un «árbol de las historias»…—, otra constante, la palabra «Bouvet», que dependiendo del contexto y del cuento, puede referirse a un planeta, una isla, una raza alienígena, el lugar más alejado de la Tierra. Es frecuente la idea de que el tiempo funciona como una espiral invisible y gigantesca en la que nosotros participamos viviendo vidas que son una variación o repetición de otra. Y esto nos conduce a la autobiografía que Henry Darger escribió y que consta de 206 páginas en las que narró los azares de su vida, una historia de maltrato en diversos orfanatos y clínicas, una relación de frustraciones, para luego dedicar 4672 páginas a describir un tornado llamado Swetie Pie, y hay algo de simbólico en hablar de un tornado gigantesco que también es parte de nuestra vida: Somos hijos del remolino de la historia, esa borrasca, de cuyas combinaciones y permutaciones somos el resultado palpable, visible y posible. La biología confirma que hay otra espiral o torbellino, el ADN, que define nuestro aspecto y personalidad y que también acumula recuerdos que se van pasando de generación en generación, repeticiones de una larga cadena, somos hijos de una compilación de datos, de un árbol de historias y algoritmos, de memorias que definen lo que somos.

Los seis cuentos que forman este volumen están conectados por algo, tienen rasgos en común desde donde se perciben salidas para cruzar de relato en relato como agujeros de conejo, el autor abre grietas, portales inter dimensionales para conectar las historias entre sí. Sólo por poner un ejemplo, en el cuento «Carvalho-Mangiaterra» hay referencias desde donde es posible saltar hacia el relato «Permafrost». A lo largo de las narraciones el autor ha sembrado pistas que permiten al lector pergeñar su propia interpretación del texto. El volumen está estructurado como un laberinto de puertas tapiadas y puertas abiertas y posibles que conducen a otras puertas y éstas, a su vez, a diversas estancias. Se juega con la idea de mundos alternos: cada cuento es una realidad imaginada y posible que tiende vasos comunicantes con otros mundos; estos relatos, vistos en su conjunto se parecen a las películas de David Lynch, en donde ciertos escenarios y personajes pueden confundirse y entremezclarse dándole a espectador una sensación de confusión, pero también, estos espacios son una estimulante invitación a deshacer el enredo, como si se tratara de un relato policíaco. Considero que lo que el autor trata de hacer —y termina por lograr— es entregarnos una visión del mundo en la que podemos sobrepasar una imagen de certezas en la que todo es mensurable y verificable para entrar en los terrenos de la especulación, la recuperación del asombro y la fascinación por lo extraño, por todo aquello que está «oculto a lo lejos», como en la citada etimología, en lugares tan difusos y vagos como Siberia. Fluyan como un río los tiempos legendarios, entonces; lo dejo en manos del lector, y como le dijeron a San Agustín, tolle et lege y antes de comenzar a tramar la descripción de otro tornado, yo aquí me detengo.

∗Noé Vázquez (Puebla). Es escritor y ensayista. Cuaderno navaja es su espacio en la pecera. Publica en la revista Crash.mx y otros medios.

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