La obsesión de Roberto Bolaño por dibujar el mapa desértico de Sonora en al menos dos de sus más importantes novelas (Los detectives salvajes y 2666) deja abiertas muchas preguntas que lamentablemente no serán contestadas nunca. La primera curiosidad que mana del coágulo de misterios que deja la muerte de uno de los chilenos favoritos de la literatura latinoamericana es: ¿Por qué Sonora? En esta entrevista con el escritor Bruno Montané (Felipe Müller en Los detectives salvajes), uno de los infrarrealistas que resiste en Barcelona, vuelve la incertidumbre. No dudamos en plantear una hipótesis que resulta casi romántica, pero contundente: Roberto Bolaño le “debe” el Sonora de sus novelas a un historiador chileno radicado en Hermosillo desde 1976, Julio Montané Martí, el padre de Bruno. Aunque reacio al principio, y con interesantes conjeturas, el buen Felipe Müller, casi termina convencido. Aquí en la primera parte de la entrevista, la discusión que inicia su padre.
Julio Montané Martí: Bueno, el atlas, como todos los libros que yo he escrito sobre Sonora, una docena de ellos, se los regalo a mis hijos. El [sic] Bruno tenía este Atlas en su casa, en Barcelona, y un día lo vio Bolaño y se lo pidió prestado. A partir de ahí examinó Sonora. Con la capacidad que tiene el escritor, con los pocos datos, pudo armar una imagen del norte de México. Él utilizó estos mapas que tienen esta particularidad: no son contemporáneos. Mezcló estos mapas de diferentes épocas y empleó unos mapas que describían al Sonora colonial, como éste de 1918 (apunta una de las páginas del enorme atlas). De ahí sacó el Santa Teresa. Aunque eso es irrelevante, porque todos los escritores usan guías turísticas o atlas de viajero para ubicar sus historias en una parte. Otras veces miran por la ventana.
Bruno, ¿Por qué Bolaño sabía que Sonora es un lugar terroso? Por qué se imaginaba que Sonora era el embrión de la maldad, pueblos como Caborca, Santa Teresa, Villa Viciosa. ¿Por qué tiene esa referencia de estos lugares, por qué atina?
Bruno Montané (de aquí en adelante): El desierto es el lugar desolado donde puede pasar de todo. Es un poco de eso. Y también es un imaginario colectivo latinoamericano. México es la última frontera. Luego está el mundo civilizado entre comillas, o no.
Pero ¿por qué el desierto de Sonora, por qué el norte?
El imaginario de salida de los sudamericanos, y que esto se lo tomen como quieran, es el norte. La gente que vive en el sur piensa que ir a otra vida es ir al norte. Cuando Roberto está en México no fue más al norte que Gómez Palacio en Durango, y de Sinaloa, Mazatlán. Les aseguro esto, y me lo van a censurar, Bolaño jamás estuvo en un desierto. Ni siquiera en Chile. Jamás fue al norte. Por lo tanto el desconocimiento físico y corporal puede potenciar el hecho imaginario. El escritor tiende hacer real lo desconocido. Se escribe para conocer también.
No conocía Ciudad Juárez pero tenía la referencia física y geográfica del Atlas de Julio, por eso el Santa Teresa como si estuviera en Sonora, en vez de Chihuahua.
Porque Santa Teresa hace el juego con las mujeres asesinadas de Ciudad Juárez, y luego está lo otro, el hipotético salto en el tiempo. No se habla de fechas. Bolaño puede estar jugando con que todo es una novela de ciencia ficción y que Santa Teresa es realmente Santa Teresa pero en seis siglos más. Que alguien me diga que no.
Sin Bruno Montané, ¿Bolaño no hubiera tenido el atlas con el que trazó las rutas que recorren los personajes principales de Los detectives salvajes y parte de 2666?
Pues lo pudo conseguir por Internet. El único mapa contemporáneo se lo llevé yo. El atlas de Julio Montané fue utilizado por Bolaño para escribir Los detectives. Para situar 2666 es muy probable que consiguiera otro mapa en otra parte.
Sobre el infrarrealismo
Estamos hablando de hace mucho tiempo. Yo comento que es curioso que sin ningún problema todo mundo reconstruye ese momento como si fuera ayer. La lectura que se hace de esa época ya está retocada por todo lo que viene sucediendo para bien y para mal alrededor de la lectura que se hace de Bolaño. Porque los infrarrealistas, como buenos infras, aman y odian a Bolaño, por el juego de las adjudicaciones y las autoadjudicaciones. La trama entra en zonas que hieren la zona de la interpretación. Para mí el 80% se lo inventa Roberto y el resto es una muy hábil y genial manera de distribuir un registro de personajes en los cuales hay detalles muy certeros que te llevan a decir “éste es éste”. Darío Galicia, San Epifanio, hay gente que aparece con su nombre, Verónica Volkow, una enamorada por la que padeció Bolaño, también aparece con su nombre real. Muchos escritores aparecen con su nombre verdadero: Efraín Huerta, ¡el gran Octavio Paz!, una persona de verdadero peso, José Emilio Pacheco, tan galardonado.
¿Qué tan cierto es lo que dice, por ejemplo, de ti Bolaño?
Es cierto el asunto de la sarna. Se nos ocurrió compartir con una amiga la toalla de Mario cuando fuimos a unos baños públicos a pesar de que él no dejaba de rascarse las manos y que tenía heridas. Era evidente que tenía algo que podría llamarse sarna. De vuelta a Barcelona supimos que realmente se llamaba sarna y que había que ponerse una buena pomada. También la parte de las cartas. Yo le escribía muy preocupado apremiantes cartas sobre el estado de salud de su madre. Incluso era empujado por su madre a escribir esas cartas a Roberto para explicarle cómo se encontraba ella. Quería convencer a su hijo de la urgencia de su pronto viaje a Barcelona a través de mis cartas. Roberto lo reconstruye con un estilo muy elegante y muy cariñoso.
A quemarropa, ¿los infrarrealistas, vendían mariguana o no?
Eso es un chiste. Mario Santiago —el PostMario que conocemos luego de 1979— era poco más que un teporocho y alcohólico. Orlando Guillén vivió con él, y cuenta que cuando se emborrachaban comprometían a todos los presentes. Una bronca se podía armar por sus ingenios. Y sí, en ocasiones Mario vendió mota para vivir. Las únicas revistas que hicieron los infras se hicieron con dinero de los cuates. Hay dos ediciones: El pájaro de calor, que se editó con el dinero de Juan Cervera, un generoso periodista español, y Correspondencia Infrarrealista, que fue publicada cuando ya estábamos en Barcelona.
¿Los infras eran bien culiadores?
(Risas) Yo juro que no éramos tan culiadores como habríamos deseado. La realidad era otra, los infras eran bien enamoradizos. Se morían por una chava que gozaba de la vida pero no con ellos. Por su lado, las mujeres infras: Mara Larrosa, conocida como María Font en Los Detectives Salvajes y la otra… que de manera injusta olvido su nombre porque estuve enamorado de ella… ¡Ah! Vera Larrosa. Pero no sé si Mara podría sentirse ofendida porque Bolaño habla de su padre como un loco y de ella como una supercogelona. Era una chava muy liberal, pero supersuave. Lo que se hace en la adolescencia se hace con toda libertad. Aunque para mí estas escenas sexuales no son lo mejor de la novela. La mejor es la segunda parte.
¿Por qué te bautizó como Felipe Müller?
Es que yo me llamo Bruno Felipe, por ahí va la cosa. Ahora falta que yo escriba un cuento donde lo bautice como Edwin algo. Bolaño se llamaba realmente Roberto Antonio Edwin Bolaño Ávalos. Su madre era una persona genial. El padre de Roberto vive aquí en México, en Quintana Roo. Allí Roberto tiene hermanastros.
¿Por qué algunos infras hoy desprecian a Bolaño?
Esto tiene que ver con el recelo de los postinfrarrealistas. Es decir, la poesía no se vende. La prosa es más fácilmente publicable porque el discurso narrativo de A a Z se presenta como más legible, y si es más legible también se convierte en un producto editorial. Algunos infrarrealistas vieron como una traición que Bolaño se pasara a la prosa.
Con Mario Santiago ¿no hay un resentimiento por parte de los otros infras?
¡Que se atrevan! Pero no, no creo que sea ese el caso; a Mario se le quiere.
Anaya es el resentido, lo he leído en entrevistas.
Mira, cada cual, pasados todos estos años, puede reivindicar su especial relación con el proyecto infra. La memoria es creativa y a la vez difusa. Prefiero pensar que todos los que estuvimos allí aportamos algo. Pero hoy existe mucho de equívoco en todo esto, en la mirada hacia el infrarrealismo, incluidos los infras. Que me lleven a la hoguera los infrarrealistas pero el infrarrealismo fue aquéllo. No puedes estarle aplicando respiración artificial a un gesto que ha vuelto a crecer a partir de una novela que se ama y se odia. Porque, claro, no quiero usar cierto término, pero alguien acá atrás (Bolaño) me está empujando a decirlo, pero creo que se trata de una suerte de oportunismo situacional o a conciencia. Aunque también hay que aclarar que una vez que se fueron los chilenos, el infrarrealismo siguió su camino, sobre todo Mario, que ya estaba inmerso en una especie de clandestinidad cotidiana, su opción de poeta trabajando en las profundidades. Mario me parece un poeta excelente, genial.
La escritura de Roberto Bolaño
Bolaño decía: “¡Yo escribo con un dedo, pero no se ve, eh!” Roberto escribió poesía toda su vida. Pero la prosa la empieza a escribir en serio cuando ya está en Barcelona. El Bolaño conocido se hace en Barcelona, el sudaca en tierra de godos. Ya desde México, Roberto tenía la voluntad de hacer de la escritura una profesión, un oficio.
¿Qué de cierto hay de que a Bolaño lo mató su última novela?
No es cierto. Cuando Roberto muere, la parte que estaba escribiendo de 2666, la última, era la parte de los crímenes. Porque no es el orden de escritura el de la edición de Anagrama. La que está en el centro es la última en cuanto a la escritura misma. Está en el centro porque es el eje. El ciclo lo deja claro. El horror está en el centro de todo el asunto. Roberto tenía claro que no había logrado cerrar el ciclo. De hecho, un lector entusiasmado se da cuenta de que está leyendo varias novelas y que las conexiones son soterradas.
Esa melancolía que tiñe toda la obra de Bolaño, ¿de dónde viene?
Ya desde México está presente en la obra poética de Bolaño. Yo lo recuerdo como un amigo muy exaltado y lleno de energía pero de repente le ganaba una tristeza muy profunda. Incluso pensaba en la muerte. Yo le decía, no mames Roberto, tienes veintipocos años. Sin embargo él no pensaba en la muerte como un accidente sino como un hecho ontológico. Además tenía una capacidad increíble de compasión; pero la verdadera compasión, la que está fuera de cualquier toque religioso, la que tiene capacidad de ver ternura en la gente y en la fragilidad de todas las cosas.
¿Bolaño era muy exigente con sus compatriotas escritores?
Más que con sus compatriotas, era muy exigente consigo mismo. Roberto era cuatro años mayor que yo. Yo llegaba de Chile con toda la ilusión de escribir poesía. Yo conocí a Bolaño cuando escribía una obra de teatro, la cual quemó. Recuerdo que la obra tenía influencia del llamado Teatro Pobre de los polacos. Creo que le sirvió mucho ese preámbulo. Uno puede adentrarse, como lector, fácilmente en la obra de Bolaño. La naturaleza respira y nos sitúa rápidamente. Otra cosa. Roberto tenía la conciencia de ser claro, algo que puede ser un concepto completamente abstracto, él aspiraba a la claridad total, a la base, y a partir de allí escribir todo. Detestaba el barroco. Que no le dieran Lezama Lima. Que no le dieran Octavio Paz enredándose.
Lecturas de Roberto
Las lecturas epidérmicas de Roberto son la ciencia ficción y la novela negra. Éstas ponen en juego todo lo que puede ser un argumento, independientemente de que amaba a Chéjov y a Carver, que es un epígono genial del primero, pero sus lecturas formativas fueron las ya citadas, incluyendo la poesía. En novela negra leía a los clásicos y James Ellroy, el cual le gustaba mucho formalmente.
¿Roberto leía en inglés?
Roberto hablaba el inglés cuando una gringa entraba a su tienda de bisutería.
Bolaño y Herralde
Muchísimas veces no nos vimos a causa de que iba a visitar a Herralde. Roberto me decía: “tengo que bajar a Barcelona, pero tengo que hablar con Herralde y hay que hablar mucho con él”, y al final me los imagino como dos lobos en un campo nevado aullándose de un lado a otro de la mesa, hasta que al final se olisquean y se quedan tranquilos.
Bolaño decía mucho que sobrevivió los primeros años de su carrera como escritor gracias a los premios que él llamaba de tercera división.
Desde luego, eso le ayudó muchísimo. Los primeros años trabajó en lo que tocaba. Vendió bisutería, trabajó en lo del campo. Lo de Port-Vendres, en el sur de Francia, ese es un conecte que yo le hice. Yo estuve trabajando el año anterior. Consistía en cargar cajas en un puerto. Son los trabajos típicos que se hacían en esos tiempos. Creo que hasta Auster hizo ese tipo de trabajo. Hasta Malcom Lowry hizo eso, pero tuvo problemas con los demás marineros porque llegó al barco en limosina. (Risas).