Si tiene suerte, cada generación cuenta con uno o dos representantes que se paran en foros gigantescos y dicen lo que la multitud anónima ignora o rechaza.
Aquello que señalan los tocados por el talento y después por la fama, se convierte en un objeto que adquiere nuevas dimensiones y se coloca, casi mágicamente, dentro de los discursos que antes lo ocultaban.
Cuando un virtuoso focaliza en lo abyecto sus materiales y mensajes atrae, a lo que Lotman llamó Semiósfera, nuevos contenidos culturales. Al agregar imágenes e ideas cargadas de realidades brutales, la perezosa multitud, que encuentra en su estilo de vida la respuesta a su propia existencia, adhiere (quizá de manera light, pero algo es algo) visiones del mundo que van más allá de un aparador y sus propias narices.
Visiones que, en el mejor de los casos, son reflexivas y críticas. Pero que la mayoría de las veces responden únicamente a la frivolidad en turno que esté promoviendo el mercado. El caso del reggaetón en nuestros días.
¿Qué oportunismo puede encontrar una estrella pop al hablar en sus canciones sobre refugiados, violaciones y crimen infantil? ¿Qué oportunismo puede haber al compartir que a tu abuela le volaron el ojo por pensar que era una terrorista? Es decir, alguien que se resiste a un gobierno genocida. ¿Qué oportunismo puede haber cuando abandonas la cómoda aculturación a la que fuiste sometida y te internas en el corazón de tus propias tinieblas?
El festival de documentales, Ambulante, ha liberado por 24 horas el documental Matagui / Maya / M.I.A. (Stephen Loveridge, 2018) (https://www.ambulante.org/documentales/matangi-maya-m-i-a/?fbclid=IwAR309CKGPg-AytLoyPXxD59hnBGnz1HEtMazkCb7QWjy4XzCqA4swQSD5uQ) el cual hemos buscado durante tanto tiempo! Este trabajo no hace otra cosa que afirmar lo que muchos ya pensábamos: que esta morra es de verdad. Cuando la vimos cantar con esa actitud y con un embarazo ya muy avanzado, por allá del 2009 ya lo sabíamos. O cuando fuimos testigos de cómo la mojigatería gringa la crucificó por pintarles el dedo en su espectáculo del medio tiempo, ya lo sabíamos. El filme no es la historia de la artista famosa, sino de la persona que está detrás.
Escuchar sus discos es darse un tour por selvas y autobuses que llevan a urbes sumidas en la violencia y el color. A texturas, sonidos y sensaciones de esos lugares en el mundo donde nos han hecho creer que habitan los malos: el medio oriente.
Originaria Tamil de Sri Lanka, Mathangi «Maya» Arulpragasam (1975) no sólo comenzó desde abajo. Volvió al subsuelo para entender e incorporar sus orígenes a los contenidos de su música e imagen.
Pocas veces la burbuja no es de jabón sino de hierro y pólvora. En un momento del documental, la rapera y realizadora fílmica dice: «soy la parte jodida del cerebro de Madonna”. La parte que señala lo que muchos preferimos ignorar.