La física, que todo lo mide, tiene un término para calibrar el grado de desorden en los intercambios de energía: entropía. Entropía no es sinónimo de caos, sino la medición de su impacto en el universo. No significa anarquía, sino aquello que nos advierte de ésta para poder entender los fenómenos de la termodinámica.
Sin desequilibrio no hay equilibrio, nos dice la entropía. Sin colapso no hay renacimiento.
Iván Farías parece decidido a medir el grado de confusión y desorden que conllevan las relaciones humanas y reúne once relatos explosivos bajo el título de Entropía (Nitro Press 2014), que a su vez da nombre al antepenúltimo de los cuentos, sin duda, el más contundente en todos los sentidos.
“Y que Dios ya está muerto en un charco de heroína y sangre, que el Apocalipsis ya pasó y nosotros somos los parias que buscamos gasolina para gastarla y un poco de dinero para drogarnos en una alcantarilla bajo la luz de neón”, concluye el narrador en primera persona en este cuento que carga con la responsabilidad de nombrar a los restantes en un volumen de diseño provocador y juguetón, con cierta dosis de estética a lo Libro Vaquero.
En Entropía, el autor retrata una realidad urbana, derrotada y decadente, poblada por personajes que caminan sobre la delgada línea que separa la demencia de la cordura. Construye situaciones que se alimentan del sadismo, el absurdo, la psicopatía y el masoquismo provocados por una modernidad siempre sospechosa, siempre propensa al desencanto, acosada por los monstruos que ha parido. Crea atmósferas equívocas, cargadas de humo y silencio, delimitadas por la nada.
Y en medio de esta vorágine, Iván Farías pone a la mujer, a veces prostibularia, a veces bruja, a veces objeto, a veces misterio, a veces asesina, a veces víctima, como si en ella estuviera el origen del caos, un caos que, a diferencia de la física –parece concluir el autor–, no es mensurable, apenas asible en un lenguaje duro, directo, sin florituras, que quiere contar, narrar vertiginoso para que el lector no suelte el libro.
Hay un respeto constante en Entropía por las reglas que hacen del cuento un cuento. Concreción y síntesis, tensión, utilidad de los elementos y un final que asoma con aromas de sorpresa y desconcierto, siempre apuntando a lo inesperado.
Hay en este volumen un puñado de relatos punzantes, arrojados aleatoriamente al rostro del lector con descaro, valentía y desvergüenza. La ofensa bien vale una lectura detenida, atenta, lúdica y lúbrica, con la certeza de que el caos, el desorden, no importa cómo y cuánto se mida, es la materia prima de la literatura. Iván Farías, con Entropía, demuestra que tiene claro aquello que dice Amos Oz de que la narrativa es sobre puentes cayéndose.