La máscara de Jason o el electrobarroco de Rita Indiana

«Esta será una historia de terror, pero no lo parecerá». El célebre inicio de Amuleto, de Roberto Bolaño, me viene a la mente tras leer Papi (Periférica, 2011), de Rita Indiana (Santo Domingo, 1977). Y no es que haya similitudes entre ambas novelitas; bueno, tal vez sí las hay, pero las estrategias y recursos estéticos de ambos son muy distintos; mientras la primera obra es un relato sobre la juventud y el desencanto latinoamericanos, la segunda relata, desde los ojos de una infante, la dualidad de su padre mafioso, quien es a la vez «Jason, el de Viernes trece», y líder populista, generoso con la plebe pero conflictivo con la autoridad. Pero esta no es una novela de regionalismos, sino un tour de force sobre la transnacionalización de la violencia y su eternización. La obra de Rita Indiana apuesta por una barroquización de elementos que podrían pensarse como antagónicos, que sin embargo, fluyen en un caos calculado. La portada de Papi muestra esto: un tráfico infernal entre puestos ambulantes de alguna ciudad cercana al mar. Gente esquivando tranquilamente camionetas, motos y viejos taxis. El cableado (caótico, viejo, sucio) le da vitalidad a la calle. Pieles mestizas, negras, absorbiendo las marcas que se enciman una sobre otra: Chevrolet, París, Spor, Toyota, Nestlé. Pronto descubrimos que se trata de Santo Domingo, pero podría tratarse de cualquier ciudad latinoamericana. Hasta ahora alguien podría preguntarse, «¿Y dónde está el terror?» No lo hay, en un sentido estricto: papi cae bien, tiene sabor, oye merengue y salsa; incluso tiene aires mesiánicos: las mujeres, niños, todos le rinden pleitesías, esto en gran medida porque les regala viviendas y otras cosas. Pero, hay algo en el fondo que perturba. Detrás de la máscara de Jason no hay nada más que un fantasma que, en su espectralidad, se vuelve omnipresente en la vida de los personajes, incluida su hija. La pesadilla barroca muestra su rostro: es temida y esperada a la vez.

La esencia de Rita Indiana es netamente barroca. Para ello hay que detenernos en lo que dice Bolívar Echeverría sobre esta visión de mundo. El filósofo ve en lo neobarroco «un principio de construcción del mundo de la vida», esto es, una «forma de vivir en y con el capitalismo». Históricamente, lo que hoy conocemos como Latinoamérica ha sido una de las regiones más resistentes al modelo del capital: a cada paso ganado por el impulso privatizador, surgen estrategias para darle la vuelta. El asunto es resistir, hacer menos apesadumbrada la existencia. En República Dominicana pasa algo similar; como en México, el caos y la desmesura son el ethos de la isla. Rita es heredera de esta mentalidad, que predomina en su labor creadora. Destaco una de sus canciones —busquen su alucinante único disco, como Rita & Los Misterios— como ejemplo de su pasión por la multiplicidad. Se trata de «El blue del ping pong», un merengue con guitarras de hard rock y teclados electrónicos. Electrobarroco digno de cerrar una calle importante de Dominicana, Sonora o la Ciudad de México. También pienso, nuevamente, en Papi, en donde espectáculo, supervivencia y mercado subsisten en un universo caótico que se normaliza a los ojos de la narradora. De repente hay exceso, de repente calma. Pero hasta en la templanza se advierte desmesura. Esa naturalización de lo diverso le permite entremezclar con maestría un imaginario con mutantes neonazis, guaguas, a Nietzsche y al Che Guevara. Imagino uno de esos retablos embadurnados de las parroquias franciscanas. Su arte sacro estaría integrado por los Misfists, Miami Sound Machine y Jason de Viernes 13.

En suma, Rita es una de las figuras más atípicas de la cultura contemporánea, una mutación afortunada desfronterizada. En tiempos de nuevos patriarcados e intentos de reterritorialización por parte de los eternos poderes dominantes, su presencia resulta más que fundamental.

∗Miguel Ángel Morales (Ciudad de México, 1984). Es escritor y editor. Estudió Comunicación y Filosofía en la UNAM y cursó la Maestría en Letras Mexicanas en la misma institución. Editó las revistas de artes Vocero y El Fanzine. Fue coeditor en el diario Reforma. Ha colaborado para La Tempestad, Mula Blanca, Folio, Picnic, Yaconic y Cuadrivio. Actualmente edita la revista crash.mx y es docente en la UNAM.

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