Kaeja d’Dance Company (1991) es una agrupación escénica canadiense celebrada en diferentes partes del mundo. Las razón: la pasión que los directores reflejan en los aspectos kinésicos y emocionales de sus montajes. Allen y Karen Kaeja son pareja. Formaron el grupo con la intención de poder trabajar, de manera más libre, su necesidad por crear. De estas individualidades nacen dos piezas muy distintas, ambas puestas en el ruedo de la escena el viernes 23 de abril en el Teatro de la Ciudad de la Casa de la Cultura. La primera se titula Touch, trabajo que reflexiona en la intimidad y la manera de relacionarse con el otro. Ante el público se despliega un paisaje donde los intérpretes y sus interacciones hacen referencias que sitúan al espectador en sus propias experiencias de vida.
La boca de la escena se abre y nos muestra un cuerpo masculino dentro de un cuadro de luz bien delimitado. El cuerpo avanza, se desnuda y se sienta en lo que podría ser la esquina de cualquier cuarto, con el puff y la mesita para el café. Un segundo cuerpo entra a escena. Se trata de una mujer. Los personajes realizan un primer contacto. ¿Quién es inalterable en sus encuentros con el otro?, al menos estos cuerpos no. Vibran en una suerte de diálogo que nunca termina. ¿Qué tanto nos dejamos afectar por la proximidad del otro? ¿Hasta dónde somos capaces de comunicarnos? En definitiva, llega el último cuadro, donde la mujer se pone las ropas del primer cuerpo. La luz desciende y una pregunta aflora ¿Hasta dónde mutamos en el otro después de un encuentro?
Puedo ver en los intérpretes un entrenamiento técnico, tanto corporal como interpretativo, sumamente desarrollado. Sin embargo, en este primer trabajo dirigido por Karen Kaeja, es en el campo emocional donde podemos advertir más fuerza. Ella no pondrá en juego el virtuosismo dinámico, pero sí hace apuestas: la sutileza y la carga emocional al servicio de la mecánica de los cuerpos.
Algo que me apetece destacar de este primer momento, es la relación que mantiene la música con el movimiento de los personajes. Se trata de música clásica que nos dirige, casi inmediatamente, a una especie de atmósfera suntuosa y trascendente, contrapunteando con el lenguaje que sugiere algo más humano, como lo es la incapacidad de ser/estar en plenitud.
Esta escena, como apertura de la función, le da un papel muy importante al efecto que pueda llegar a tener emotivamente en el público, ya que por su corta duración logra ese cometido de manera contundente. Algo que no sucede .0, la pieza que cierra la obra.
Allen Kaeja se muestra ante el público con una obra que de principio parece tener algo – quizás mucho- que ver con lo que pasó antes de que el telón bajara. Pero al seguir el reloj su curso, y con él la obra, ante nuestros ojos se crea una danza que apuesta por el movimiento y el juego de contrapesos. Como intérprete, me cuesta quitarme el gafete y quedar como simple espectador. Observo los detalles técnicos, temo que después de un doble giro en el aire el bailarín vaya a caer sobre la mano de su compañera o quizás que sus rodillas estén más encajadas de lo que deberían. Pero una vez que logro quitarme el leotardo, los pants y dejo que mi peso ceda en la butaca, tengo la sensación que las escenas no terminan por ser una sucesión, pues parece que lo único que tienen en común, un cuadro del anterior, son las espectaculares cargadas y giros aislados. La música y la emotividad, elementos fuertes de la obra anterior, se diluyen en .0. En esta coreografía hay pocos elementos para entender el movimiento y las transiciones escénicas.
El arte contemporáneo –no solo la danza– tienen que responder al tiempo y espacio en el cual están sucediendo, y no sólo eso, sino cuestionar la normatividad, sobre todo social. .0 me parece lejana de estas características. Entiendo que probablemente esto sucede por haber sido realizada en un contexto distinto al mío, pero la universalidad a la que se dirige, no sólo el arte sino también el flujo social, ha tratado de estar presente en la mayoría de los trabajos expuestos en este vigésimo cuarto Desierto para la Danza. Una de las partes más honestas y vivas de esta obra, fue el juego numérico, que resultaba hasta azaroso una vez que comenzaban a moverse y responder a los estímulos auditivos que entre ellos se daban, ya que involucró al público y generó dinamismo.
Nada es permanente. Aunque piense que ciertos momentos de .0 se agotaban y se sentían forzados, puede que cuando la vuelva a ver la encuentre mejor resuelta y que los elementos de Touch que me gustaron, se vean borroneados con la prolongación de la obra. Kaeja d’Dance nos abrió, sencillamente, una ventana más de las muchas que Antares, a través de la organización de la muestra de este año, puso en nuestra Casa de la Cultura.
*Melina Encinas (1994, Hermosillo) Artista escénica en formación, intérprete en ParámetroCiego.
Melina Encinas