El gesto de la Higa

Boby no encuentra la paz[1]. Ni siquiera con sus amigos budistas, sus compañeros del Centro de Estudios del Yoga. Toda su vida ha sido así. Desde el principio[2] lo han molestado sin piedad. Primero porque era un niño rico y le tenían envidia en el colegio. Luego, en la adolescencia, porque era un poser identificado por su enorme colección de camisetas de todas las bandas de metal del mundo. Ahora, de adulto, porque tiene demasiado tiempo libre y no es capaz de responsabilizarse de sus acciones ni de comprometerse con la causa y las misiones astrales del Maestro Kuppu. Le hacen bromas del tipo esotérico. En este momento, mientras practica la técnica ancestral de la Disolución de la Vida Presente y la Encarnación de las Vidas Pasadas, sus compañeros se han puesto de acuerdo para intervenir el protocolo espiritual proyectando un Huésped Mental Dirigido[3], un parásito que se instala en la conciencia del sujeto al que se le dirige el ataque. Le hacen creer, al pobre Boby, que en su vida anterior, la más inmediata, fue uno de los peores infractores condenados al Reino de los Narakas, el inframundo budista. Le muestran imágenes horribles antes de llevarlo al cuadro mental que corresponde con su supuesto castigo: hombres hirviendo en aceite, removidos por demonios con un cuerno en la frente y picas con los que baten la piel de los supliciados[4]; hombres cortados con machete, vaciando sus órganos en el suelo; hombres desmembrados por aves o perros, hombres desgarrados mientras suben un árbol de espinas poderosas, hombres con la lengua extraída por otros hombres con pinzas, hombres desollados, hombres serruchados, hombres mutilados, hombres devorados, hombres aplastados, hombres triturados[5]. Todos y cada uno de ellos cayendo a su propio infierno, el Tāmisra, el Raurava, el Taptasūrmi, el Avīci, el Lālābhakṣa, el Kṣārakardama, el Śūlaprota, el Dandaśūka, el Sūcīmukha, los veintiocho inframundos del castigo. Y luego, la imagen del mismo Boby, cayendo en un río de excremento, pus, orina, sangre, uñas, huesos, médula, carne, pelos y grasa, el más cruel de todos los avernos, el Vaitaraṇī, el abismo destinado a los hombres nacidos en familias aristocráticas y de alta posición social que cometieron un error fatal: fallarle a la etiqueta, no cumplir con las responsabilidades y los deberes morales establecidos por su posición socio-económica. Y ahí, en el fondo de ese asqueroso río, el maltratado Boby es mordisqueado por criaturas acuáticas[6] que lo descuartizan con sus mandíbulas. Y entonces, mientras el purulento líquido entra en sus pulmones y su carne es destrozada por los animales, piensa en su padre, en lo decepcionado que estaba de él hacia el final de su vida. Lo recuerda echado sobre la cama, conectado a una máquina de respiración asistida[7]. Recuerda el gesto de desaprobación y lástima y rencor detrás de la mascarilla transparente. Recuerda sus espasmos, la sangre escurriendo por sus labios, la histeria del aparato, la enfermera picando botones desesperadamente. Lo recuerda al viejo, sobre todo, con los ojos abiertos y estirando una de sus manos haciéndole una señal con el pulgar metido entre el índice y el medio. Boby cree, ahí, entre la mierda y los engendros que lo devoran, que su padre pudo articular la palabra “Toma” antes de morir. Piensa en el gesto, en la señal abusiva de su padre agónico. Sabe que aquello significa una ofensa. Sabe que es un agravio contra él, el hijito vomitado que destripó las empresas que su viejo le encargó y que fracasaron, todas y cada una de ellas, reventando como granadas de mano, no hundiéndose como él ahora mismo en ese torrente de mierda, sino estallando en mil pedazos y perdiéndose para siempre, despellejando la enorme fortuna familiar. Sabe, ahí dentro, en el ejercicio psíquico, que en efecto ha defraudado a su padre y que merece la repugnante penitencia del Naraka. Y, entonces, con la carne lacerada por las bestias, se abandona al Metta Bhavana para contrarrestar el odio y la tristeza y abre la boca y traga y la inmundicia, que le quema las papilas gustativas, alcanza sus pulmones, el estómago y, entonces, vuelve el estómago y su vómito[8] se mezcla con toda aquella porquería y traga de nuevo y el sabor es más intenso todavía y la mucosa nasal se irrita una y otra vez cuando respira el caldo, porque el río, además de contener excremento, pus, orina, sangre, uñas, huesos, médula, carne, pelos y grasa, también tiene un poco de oxígeno, no mucho, sólo lo suficiente para sobrevivir y seguir en el bucle tragar-vomitar, vomitar-tragar, tragar-vomitar, vomitar-tragar, sin parar, y sin perder la conciencia para experimentar completamente el dolor y la angustia y el asco, y el desconsuelo y la humillación y todo eso. Él mismo sabe que no tarda en reventar como las empresas que le arruinó a su padre. Estallará como una granada de mano debajo del río excremento, pus, orina, sangre, uñas, huesos, médula, carne, pelos, grasa y, desde que echó sus intestinos fuera como hace décadas lo hizo su padre frente a él, vómito y muy posiblemente también los restos de los animales acuáticos que lo están engullendo y que serán despedazados con la detonación de su cuerpo y, lo intuye, volverá a integrarse despacio para inhalar toda esa revoltura de entrañas y detrito. Y la panza se hincha, lentamente, y su piel se transparenta y poco antes de explotar, recuerda que todo eso es sólo un ejercicio mental, una visión provocada por el método de la Disolución de la Vida Presente y la Encarnación de las Vidas Pasadas[9] y abre los ojos. Está empapado. El sudor le escurre por toda la cara y se revuelve con sus lágrimas e instantáneamente se pone a temblar en posición de loto y con las mudras todavía tensas. Frente a él, están los demás compañeros cagándose de risa, doblados en el suelo, pataleando, golpeando con energía la duela o sus tapetitos. Y Boby, lo sabe de inmediato. Comprende que todo aquello del río de mierda y la decepción de su padre fue una broma inhumana de los hijos de puta del CEY. Y mira sus manos. Húmedas rígida y trémulas. Y la mudra que articulan es la Higa: un puño que se forma con los pulgares entre los índices y los medios. El mismo gesto que hizo su viejo al expirar. La seña de “Toma, pendejo derrochador, no te heredaré nada, vete a la mierda. Uf”. La seña que, ahora que lo piensa y está a salvo, significa en el lenguaje de los buzos “Estoy enganchado”. La seña que debía haber usado allá abajo en el río de desperdicios y monstruos acuáticos para que alguien lo ayudara, para que alguien lo extrajera de aquel suplicio repulsivo en el que lo metieron los cretinos del CEY.

Boby cierra los párpados e imprime fuerza en su mudra de la Higa. Se concentra y las carcajadas humillantes se apagan[10]. En la oscuridad, imagina una mano que se estira para salvarlo. Lleva una pulsera con picos y tiene un tatuaje que dice: “Punk’s not dead”.

[1] Esto implica, obviamente, que no es uno de los mejores yoguis que existen en el mundo. Es, por decirlo de una manera más clara, uno de los peores yoguis que existen en el mundo. Es un Yogui Estresado, una raza impura de practicantes que se definen por manifestar episodios de ansiedad holística; son algo así como anomalías de la tradición del yoga y que suelen ser marginados por su constante angustia mística.

[2] Es decir, desde el verdadero principio. Desde que era un bebé, digamos. Sus tíos le picaban la panza y le apretaban las mejillas, estornudaban en su cabeza o se limpiaban los mocos con sus sabanitas o usaban sus calcetines para sacudirse el polvo o para remover el sudor de sus frentes. En alguna ocasión, su padre, uno de sus mayores enemigos mentales, vomitó sobre su cara rosada. El hombre había bebido un coñac Hors d’âge de treinta años que le cayó como una bomba en el estómago. El tipo, un empresario experimentado y exitoso, fue muy frío con su hijo durante las primeras semanas de su vida. Sin embargo, la embriaguez de la bebida y la emoción originada por cierre de ventas de un negocio relacionado con la famosa bebida azucarada lo hicieron experimentar un amor inusitado y complejo que se componía de orgullo y desprecio y desesperación y una muy breve simpatía que llegó a tope y se esfumó en un santiamén, porque al verlo dormir en su hermosa y blanca cuna de bebé suertudo, el olor a leche y plástico y la fuerte y delicada transpiración apocrina del niño se revolvieron en su interior como un coctel radioactivo y, a pesar del esfuerzo (colocar las manos sobre su boca y apretar los labios) por impedirlo, el chorro de vómito golpeó violentamente el tierno semblante del recién nacido Boby, quien, hay que decirlo, se portó como los valientes porque, ni la tremenda cascada estomacal de su padre, ni las arcadas que le siguieron, ni los gritos histéricos de su madre, pudieron sacarlo del sueño de los justos.

[3] Esta técnica se consigue rodeando al sujeto en cuestión. Se requiere de, al menos, cinco espíritus yogáicos que representan Sa (Tierra), Chu (Agua), Me (Fuego), Rlung (Aire) y Nam Mkha’ (Éter cósmico), mediante el ritual de los Tres Cuerpos de Liberación Espiritual. Cuando el individuo a intervenir se encuentra en el estado intermedio del devenir, los cinco elementos recitan en voz muy baja, casi susurrando, las siguientes palabras: “¡Oh, hijo amado de nombre X, arribó el momento que esperabas desde tu primer y último nacimiento. Tu liberación espiritual depende únicamente al Gran Absoluto! ¡Ven, hijo amado, ven! ¡Ven, hijo, amado, ven! ¡Ven desnudo e impoluto al encuentro de la Luz Fundamental! ¡Ven, hijo amado, ven! ¡Yo guiaré tu camino al Rikpa!” Esto hay que repetirlo varias veces hasta que el sujeto tense su cuerpo y haga una mudra con cada mano. En ese momento, los Tres Cuerpos tendrán el control de las imágenes en la mente del impugnado.

[4] Una estampa que los estudiantes del CEY conocían a la perfección sobre el Reino de los Narakas y que se suele usar para ilustrar las entradas enciclopédicas sobre este sitio infernal.

[5] Todas estas horrorosas imágenes no son extraídas de la imaginación de los estudiantes del CEY. Son recuerdos de un viaje, previo a la adhesión de Boby, al famoso Parque Infernal Wang Saen Suk de Tailandia. Estas representaciones corresponden con los veintiocho castigos del Naraka.

[6] Estos animales son muy parecidos a los pliosaurios que vivieron en la Tierra desde el período Triásico y hasta el Cretácico, hace un centenar de millones de años. Este monstruo marino es el pariente más viejo del lagarto común. Aunque también hay otras alimañas muy parecidas al megalodón y a la tortuga caimán. Verdaderas máquinas asesinas.

[7] Enfermo de un cáncer bastante atípico que ataca la glándula salival. El tumor se instala en el paladar y se expande hasta las exocrinas del sistema digestivo superior. Su mujer, la madre de Boby, estaba segura de que el mal había sido ocasionado precisamente por las bebidas azucaradas de las que, a propósito, poseían el 47% de las acciones.

[8] Boby, durante toda su vida ha soñado con vómito. Esto, quizá, porque, cuando era un bebé, aunque no lo percibió gracias a que estaba profundamente dormido, su flamante y nuevo inconsciente sí advirtió la asquerosidad de la que fue objeto cuando su padre lo baño de coñac y lomo horneado y toda esa masilla digestiva.

[9] Aunque en realidad es la intervención astral de Los Tres Cuerpos.

[10] Mediante una técnica secreta aprendida en el Vigrahā-Vyavartanī, el libro sagrado sobre el total abandono de la discusión y la confrontación.

Este texto es un fragmento de la novela Todos me llaman pelmazo de Franco Félix. Libro apoyado por la beca del PECDA-FECAS 2015-2016.

Pez Banana