Coordenadas infernales: Knockemstiff

En un acto de honestidad aguda podríamos sincerarnos y afirmar que el proyecto humano ha fracasado. Argumentaríamos que los buenos sentimientos en nuestra especie son, recordando las últimas líneas de la primera temporada de True Detective, apenas un titilante granito de luz sobre la infinita oscuridad que cubre el universo.

Diríamos, de una vez por todas, que no nos espera un porvenir estimulante y que más allá de nosotros, sabemos, está el otro. Ese hijo de puta que sueña con cortar, de un solo tajo, al mundo entero. Reconoceríamos pues, una de las falacias en las que se cimienta nuestra civilización: el que roba, mata y abusa dejará de hacerlo un bendito día. Un día catártico donde las culpas de la humanidad entera serán expiadas.

Afuera de nuestra casa, de nuestro entorno, inclusive de nuestros pensamientos, hemos dejado suelto al perro con rabia de la realidad. Por salud mental, decimos, afuera ha quedado el laboratorio del mal en el que se ha convertido la existencia. Estamos conscientes que justo ahora, mientras leemos, tienen lugar actos terribles. Acciones que responden a la ecuación poder-violencia-muerte. Pero el acto que verdaderamente importa es todavía más siniestro por el simple hecho de involucrarnos. Se trata de la versión en progreso de Yo; ese ente que merece la plenitud sin importar que afuera, a todas horas, lo esté representando el diablo.

Lo anterior no responde a la necesidad misantrópica de señalar lo obvio. Responde a ciertos productos de alto voltaje que he consumido por estos días: el libro de cuentos Knockemstiff (2008) y la novela El diablo a todas horas (2013), títulos firmados por Donald Ray Pollock (Ohio, 1954).

El primero contiene relatos que parecen haber sido concebidos en la mente de un verdugo: crudos y contundentes como un machetazo en la cabeza. Historias que nos recuerdan, sin el lirismo del poema clásico, el trayecto de Dante por el infierno. Un inframundo que es un pueblo de mierda que se hace llamar Knockemstiff. Esta geografía, habitada por rednecks viciosos y crueles que trabajan en lúgubres fábricas y mataderos porcinos, tiene su referencia real y está ubicado en 39,27º N, -83,12 º en el estado de Ohio. En los relatos Knockemstiff es un territorio que aprisiona. Una especie de ángel exterminador que determina a los personajes en sus límites, provocando el efecto de olla de presión. Aunque el autor se empeña en desdibujarnos la versión ficcional que construyó en su ópera prima, en un acto de torpeza acusado en los agradecimientos del libro, gana más la versión que conocimos en los relatos. Y es que resulta tan efectiva la construcción del espacio, que ahora Knockemstiff es más real en los libros de Pollock que en la geografía misma.

El diablo a todas horas contiene la misma visión corrosiva de la humanidad. La segunda obra de Ray Pollock es una novela que también está ubicada en Knockemstiff y las sórdidas carreteras del Ohio más rural. Se trata de un perturbarte thriller que por momentos adquiere tintes narrativos de road movies. Como es de esperarse, los personajes están más focalizados. Conocemos sus pensamientos y deseos con minucia, lo que nos convierte en cómplices de sus atrocidades. El Diablo a todas horas es un torbellino incesante de violencia y fanatismo religioso que recuerda a Cormac MacCarthy. Con la lectura de estas dos piezas narrativas, no solamente ingresamos a un territorio que nos acerca a la mítica Carcosa, ese espacio para rendir culto al mal. Nos adentramos en un punto del mapa donde las almas están podridas. Conocemos la orografía de tramas que nos dejarían sin aliento si no fuera por el humor que Pollock filtra entre tanta miseria. Como la miseria de los personajes Arvin Eugene Russell y su padre, un veterano de guerra que espera salvar a su mujer moribunda decorando las cercanías de su hogar en la hondonada, con altares de sacrificios y representaciones del vía crucis padecidas por animales campiranos. Luego están las parejas formadas por un matrimonio de asesinos que buscan viajeros en la carretera para follárselos, matarlos y hacer con sus cuerpos inertes montajes para macabras sesiones fotográficas. Pero la pareja que se lleva las palmas es la formada por dos falsos ministros, el lisiado Theodore y Roy, quienes ofrecen un patético espectáculo itinerante donde la religiosidad se convierte en un circo violento y ruin. Un trayecto donde se van descubriendo los habitantes de eso que llaman la América profunda, y donde el White Trash más exacerbado tiene su lugar.

Knockemstiff es un territorio de lumpens y asesinos piojosos que se extiende por todo el mundo. Cualquier población donde la pobreza, la ignorancia y el vicio sean problemas endémicos, como en gran parte de nuestro territorio nacional, tendrá lugar un Knockemstiff. Un punto en el mapa donde se vislumbren las coordenadas del infierno.

*Iván Ballesteros Rojo. Es narrador y editor. Dirige Pez Banana.

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