¿Cómo abordar un platillo literario?

Antonio Calera-Grobet, Sobras completas. Escritos de carne y hueso. Bonobos Editores, México, 2015.

Desde una lectura básica, uno encuentra en estas crónicas, artículos y demás platillos, una variedad multicultural de conocimientos respecto a la comida. Pero con una mirada más profunda, encontramos la pasión por la vida misma. Un libro intenso que te abre a la posibilidad infinita de la comida es “Sobras completas”, de Antonio Calera-Grobet, también una guía para desechar la mojigatería y sublimar al ser tragón, ese sujeto epicúreo, que pone al placer por encima de todo, el cual todos traemos dentro. También es un grito de guerra para todo aquel osado que pretenda poner candados, atar las cuerdas de la libertad gastronómica.

La comida es poder, es creación, es debate, es sistema. Es una bomba de tiempo. Es la vida en las materias primas, la voluntad que nace en el estómago y recorre nuestro ser. Es la fuerza para caminar, soñar, volar, dormir, sentir. Como producto de una pasión, al igual que muchos quehaceres, se disfruta hasta la médula. La comida es vida, es el paso del tiempo consumido por la boca. La comida y el hambre van de la mano. Al igual que otros menesteres, comer se convierte entonces en una acción animal. Alimentarse, salir, aventurarse para conseguir lo que necesitamos, es un acto reflejo, como dice Calera-Grobet:

“la tragazón, la comedera (eso que conocemos por gula y es perseguido y castigado por la policía de las derechas siempre oligofrénicas siempre gazmoñas y recalcitrantes), siempre y cuando se trate de un ejercicio voluntario de provocar placer, esa hambre de ser humano viene de más adentro de nosotros, se trata de los deseos mejor encarnados por ahora en la raza humana, comer para ser feliz, con los otros: uno de los placeres que nos quedan a los hombres sin demonios que ahuyentar”.

Y si este libro propone una estética de la comida, de la alimentación, de goce que nos depara la tragazón, entonces estamos ante un libro imprescindible por su condición hedonista, que no es el acto de comer en sí, sino la felicidad que provoca estar al lado de las personas queridas, alrededor de una mesa bien provista, “¿Qué hay de malo en ser tragón?” se pregunta el autor.

Parece que el título es producto de una vida que ha ido al máximo en sus expresiones culinarias, pero también el de un proceso de selección, de un quehacer que conjunta escritura con vivencialidad: aquí se marca muy bien la complementación de la vida con la obra, y es de alegrarse de que existan este tipo de obras, donde no hay mentira de por medio, porque son crónicas visionarias, que ocuparon ya las páginas de varias revistas, y que ahora Bonobos Editores ponen sobre nuestra mesa, para deleitarnos. No está demás decir que el título es una idea excelente, que al jugar con las palabras que otros escritores llevan a un extremo por querer compaginar todo aquello que los ha llevado a la cima, como si quisiera con el presente volumen llegar más lejos.

En Sobras completas se pueden ver cómo marchan las palabras a un fin determinado, que quizá es la invitación constante a despegarnos de lo que la sociedad impone como modelo, trasgrediendo sus principios, yendo más lejos, para mirar con otros ojos la imposición de un modelo que trasgrede la individualidad.

No es cuestión de ponernos en un plan de quererlo todo, o de negarlo por el simple hecho de no estar de acuerdo, pero tenemos que abrir las ventanas para que entre el aire de la libertad que cada ser humano tiene ante sus ojos. Es indispensable que la lectura de estas “Sobras completas” se haga tomando en cuenta las recomendaciones de un sujeto que sabe de lo que habla, lo que resulta difícil de encontrar en estos tiempos donde la violencia opaca las manifestaciones de vida, como lo es el buen comer.

Se trata de una apología a los sentidos, al goce supremo que te proporciona, por ejemplo, un buen corte de carne, o unos tacos de canasta. Podría ser una hamburguesa o unas carnitas. Quesadillas o molotes, mixiotes o tacos de longaniza. Mis ejemplos son tan parcos ante la inmensidad de platillos que Calera-Grobet nombra a lo largo de las páginas, ni siquiera sé si podría intentar recordar las comidas que a mí me gustan, porque son tan pocas ante el despliegue de conocimientos culinarios por parte del autor. En realidad es descomunal la cantidad de información que guarda este libro respecto a la cocina. Se podría recomendar sin miramientos a los sujetos que se dedican a estudiar gastronomía porque su abuela les enseñó a ser panecillos.

Y aquí podemos entrar a unos de los temas o puntos que me parecieron más importantes, hacer a un lado el hambre de comer por el hambre de estar juntos, de pertenecer a la familia por medio de un plato de sopa. Esta idea cruza cada uno de los artículos y crónicas vertidas en el libro. Es el punto medular, porque hace énfasis en la necesidad de las reuniones también como encuentros que generan felicidad y buenos recuerdos. Lo cual se ha perdido por este devenir tecnocrático producto de un sistema que genera ganancias a costa de toda la pobreza que se ha comenzado a desbordar en varios puntos del planeta.

Otro punto importante recae en el afán hedonista, el placer de la carne, el saberse parte de una historia, de que el estómago que se encuentra satisfecho y hace de los sentidos un mundo indistinguible de sensaciones. Esto es lo que provoca la lectura, el libro rezuma olores, proporciona sabores, te hace pensar en el universo de la de su restaurante. Expone el nombre de los platillos, de exquisiteces que jamás voy a probar, y no es un lamento, porque cuando puedo también intento seducir al espíritu sibarita que jamás he podido complacer y que se ha ido para volver jamás.

La prosa de Grobet se distingue por el candor de voz poética, por esas ganas de presentarse como un ser inmenso, no solo por su volumen corporal y por su barba descomunal, sino que muestra ese espíritu, ese ser genuino que muestra que es un gran ser humano.

Estamos ante textos que se inventaron en la cocina, que se fueron cocinando en un lugar donde los olores se esparcían: verduras y la carne permanecían impúdicas ante la vista del autor, que como buen cocinero, sabía qué hacer con ellas.

Una de las características que dotan el libro de una intensidad particular, es su posición inicial, que dota a todos sus textos de un llamado a la libertad, citando a Hakim Bey:

“Por lo tanto se requiere que los ciudadanos que vivimos la realidad de los vencidos, levantemos Zonas Temporalmente Autónomas, a decir del poeta y filósofo Hakim Bey, de templos seculares que permitan ir rompiendo el hielo de este trauma cultura que ha olvidado la felicidad e eso que llaman pueblo, y somos todos, el bienestar social”.

“Las Zonas Temporalmente Autónomas son una insurrección que no atenta directamente contra el estado, una operación de guerrilla que libera una zona y se disuelve antes de que estado la arrase para reconfigurarse en otro tiempo y otro espacio”.

Estos textos hacen énfasis en la creación de espacios, en la intervención de los mismos, para no dejarnos llevar por la marea mediática que ha puesto en marcha una vida donde la pantalla carga con todos los símbolos. No es el encuentro con algo genuino, sino con el trabajo constante y muchas veces remunerado a conveniencia de los patrones, y aunque eso no debe ser motivo para no abrir todas las puertas, dejamos en claro que las ideas vertidas en este libro son un grito de liberación de las costumbres, que hace del hombre un ser sin sensaciones reales, que se somete a una cultura creada para usufructuar sus logros personales.

Sobras completas no es un libro complaciente, por el contrario, también apunta a una dinámica que podría centrarse en el autoconocimiento, pero va mucho más allá, partiendo de lo culinario se desarrolla la cultura y parece por otro lado que la cultura del comer, en este caso va ligado al hambre de sentirse cerca de los otros, de enfrentarlos a la mesa, y este es un tema por separado.

La familia, a lo largo del tiempo ha desarrollado una forma de adaptarse a las necesidades de la sociedad para abarcarla y comenzar a tejer lazos, pero esos encuentros se dan alrededor de una mesa, casi siempre provista de buenos platillos. Las familias grandes y ricas, suelen entonces hacer de estas comidas un protocolo, el dinero no es asunto que les ponga a pensar, tienen lo suficiente para sentirse dichosos. Estamos entonces a una dinámica que abre la posibilidad de la conversación, pero también de la alimentación. Las familias en México, entienden que la fiesta no lo es sin la comida y la bebida. Es por ese motivo que las fiestas también son parte indispensable de una cultura.

No es sólo en la cultura de lo ostentoso que se hace presente la comida como un medio de unidad, mucho más en las clases bajas, recordemos que donde come uno, comen dos o tres. Y es que de alguna forma, lejos de sentirse desdichados, las familias unidas bajo la comida, son las más felices, se encuentran en una dinámica donde se miran el rostro y encuentran en sus rasgos una necesidad de afirmarse como clan.

Viene a mi mente una idea un tanto fuera de lugar, pero en alguna novela, no lo recuerdo, donde uno de los personajes, suelta uno de los más amargos argumentos acumulados dentro del texto: no me gusta comer en presencia de otros, es un acto repugnante tener que remoler la carne, por ejemplo, frente a la mujer que te gusta.

Y aunque Grobet también da impulso a la comedera en solitario, jamás se alejaría de la algarabía que genera estar en medio de los suyos departiendo, hablando de poesía, negando al poder, o cualquier tema que en ese momento viniera a su mente.

Este libro escurre el sabor de los platillos que se nombran, que se van enrolando en una lista interminable de alimentos, los cuales jamás probaré, que no llevaré a mi boca, pero que se puede intentar un acercamiento.

Hace un año fui en busca del autor a su hostelería, quería explorar esa zona, ese lugar que había visto en redes sociales y que me habían llevado a pensar en un negocio para solventar los gastos existenciales de la poesía.

Lamentablemente no lo encontré.

-Raúl Picazo (Puebla, 1986). Es escritor.

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