Comparto el texto que escribí para la presentación del libro Busque caballos negros en otra parte de Antonio León. Estos comentarios los redacté para presentarlos en la Feria del Libro de Tijuana 2016. Pero lamentablemente mi computadora falló minutos antes. Acá va la presentación. Abrazo al buen Antonio.
No sé qué hago aquí. Es decir, no en el mundo, sino en esta presentación. Una presentación de poesía. Poesía, junto al rap, uno de mis peores enemigos. Llevo años tratando de comprenderla. Entender, realmente, cada uno de los versos que la componen. No a la poesía en general, sino a los poemas que he intentado leer con bastante confusión. Siempre tengo que leer y leer el mismo verso cuando tengo un libro de poemas en mis manos.
A propósito de esto, ayer por la noche, caí, por error, en otra presentación de poesía. Pensé que era mi habitual reunión de alcohólicos anónimos, pero ya estaba entrado en copas y me equivoqué de día. Y de lugar. En la mesa se exhibía a un poeta menor. Es decir, menor de edad. O quizá ya había cumplido los 18 años. Recuerdo a uno de los presentadores diciendo que no tenía credencial para votar pero sí para ser poeta. Imagino el asunto.
“No puedes entrar en esta fiesta. ¿Por qué? Porque no traes la INE. Ah, pero tengo mi credencial de poeta. Ah, magnífico. Pasa y consume el mezcal”.
El chico en la presentación tenía un gran registro discursivo. Entre las líneas de su libro, hallaba palabras como Rizoma. El muy desgraciado había colocado la palabra Rizoma en su poemario a los 16 años. Recuerdo que me sentía superior porque había conocido el término, aunque sin entenderlo, como la poesía misma, en la universidad, como a los 25 años. Me la pasaba diciendo “Esto es un Rizoma”. Papas, perros, tickets, pisos, huevos con machaca, mezcal, filas, café, todo para mí era un Rizoma. Esto, incluso, es un Rizoma. El chavo, debo admitirlo, es un adelantado. Un buen poeta, sin ir muy lejos.
Como sea, en esa presentación, o sea, la de anoche, la del chico Rizoma, platicando con «una amiga» en voz baja, me percaté que lo que decía el joven escritor era bastante lindo y muy elevado, pero no entendía una mierda. Eso le dije a esta chica que estaba ahí junto a mí. No me pregunten el nombre. No la conocía. Posiblemente era su hermana o novia porque hacía muecas cuando la interrumpía. “¿Qué rayos quiere decir con eso? ¿Por qué me parece tan lejano y tan bello y tan enigmático? ¿Soy poeta también? Es que no entiendo nada de lo que está diciendo”. La chica, harta, es posible, me dijo: “Es que no tienes que entender, sólo sentir”. Me desarmó. No es que me haya dejado abatido por lo irrefutable de su comentario, sino porque, ahí mismo, me di cuenta, que estábamos operando en distintas dimensiones. ¿Cómo le explico a un chino que la gente lanza arroz sobre los recién casados cuando salen de la iglesia por primera vez como marido y mujer? Primero debo hablar chino, cantonés, mandarín. Luego debo decirle que los mexicanos están muy locos para desperdiciar la comida. Moriré dos o tres veces y reencarnaré dos o tres veces y no habré encontrado las palabras chinas adecuadas para explicarlo.
Éste es mi conflicto con la poesía. Que me exige demasiado. No sé cómo leerla. ¿Qué quiere decir eso de sólo sentirla? ¿Debo cerrar los ojos? ¿Y cómo voy a leer con los ojos cerrados? ¿Cómo se siente la poesía? ¿Cómo renuncio a la racionalidad? ¿Cómo renuncio a que detrás del texto hay un tipo seleccionando palabras y no es la brisa marina de una sirena que acaba de echarse un clavado en el peñasco? Ahora pueden ver por qué no soy poeta. Y por qué no sé qué estoy haciendo aquí.
Cuando Antonio me invitó a presentar su libro, me dio muchísimo gusto, porque antes que cualquier otra cosa, somos grandes amigos. Y conozco su trabajo. Vamos, que es un tipo bastante extraño y, por supuesto, lo que escribe es igual de raro. Luego, a los cinco minutos. Se me cerró el mundo. ¿Qué diablos voy a decir yo de la poesía? No es que odie la poesía. Es sólo que no la comprendo. Lo mismo me pasa con los french poodle. ¿Es un perro? ¿Es un juguete? ¿Es un peluche? ¿Es un alimento? Vale, decidí que abriría mi mundo, tomaría alguna clase de yoga de ser preciso. Todo por la amistad. Y ahí voy. Abro el libro y lo primero que leo es:
“No puedo llorar frente al herido
Si sus vísceras son más bellas
Que los reflejos de mi nuevo tinte”.
Estallé a carcajadas. Los alemanes lo llaman Schadenfreud. La alegría que te produce el dolor ajeno. Y de inmediato me di cuenta. El bribón me había hecho reír con una escena trágica, desgarradora. El asunto: Vanidad, Belleza y Muerte. Se inaugura el concurso de Miss Universo. Toma eso, chica de anoche, no hace falta sentir nada, sólo comprender los semas que componen el producto poético: Los muertos pierden su significado, mientras los vivos debemos seguir enfermizamente vivos y preocupados por la presentación de esa vida.
Le hablo a Antonio por la ventanita de Facebook. Lo saludo, quiero decirle: “Eh, chico, qué buena entrada en tu libro. Gracias por invitarme”. Pero sólo alcanzo a poner “Hola”, porque el muy histérico ya está escribiendo respuesta. Dice: “Sorry, me estaba retocando el tinte”.
Estoy por abordar mi avión hacia Tijuana. Haremos una cosa. A partir de aquí, el texto tendrá dos caminos. 1) Si esto es un presagio, si alguien morirá, quizá soy yo. Pero entonces, es posible que, si el avión cae, mis vísceras serán negras. Negro chamuscado. Así que el párrafo siguiente será leído póstumamente. El siguiente y todo lo anterior. 2) Si he sobrevivido y estoy leyendo esto en persona. Saltaremos el párrafo mortal. Vayamos a eso.
1) Coman cagada, seres vivos.
2) Uf. Lo logramos. Decía que Antonio me había dicho “Sorry, me estaba retocando el tinte”. El muy cabrón se ha hecho de un lenguaje poético natural y cotidiano o al revés. Ha hecho de su jerga frecuente un motivo lingüístico sobre su propia obra. ¿Qué dije? Pienso. Quizá si sigo hablando con él por media hora más ya no será necesario que lea el libro. Así que mejor me voy y cierro el Facebook para leerlo.
Los poemas que componen Busque caballos en otra parte están plagados de humor. Lo cual, de por sí, es atípico en los poetas. Los títulos son textos en sí mismos. Por ejemplo: “Rufus Wainwright fracasa al imitar a Judy Garland y Liza Minelli al mismo tiempo”. Listo. Ahí tienes el texto. Pero Antonio apenas va empezando su poema a la South Park:
“Nosotros conocemos a las funcionarias del estado
Que tienen corazón de buque y coño ventríocuo”
“Los domingos se suspenden actividades
En el escenario principal
Busque caballos negros en otra parte”
“El presidente dice que prefiere las mujeres un tanto viriles
Pero los travestis, esos sí, masculinos como un incendio”.
“El presidente decide que los modales afectados
Y las cartas en que se llora a un cadáver
Pagarán nuevos impuestos
Con los que se incentivará la industria manufacturera de
Zapatos de tacón
Y dildos con puerto USB”
Tenemos aquí un diagnóstico pop. El lector hará una conexión, sin lugar a dudas, sin apelar al sentimentalismo o a esta cosa mística de sentir la poesía. Hará la relación sólo haciendo uso de la razón y la poderosa imagen, de los costados bizarros de administración del poder en el mundo. Por no decir, de México. Volvemos al principio. Antonio León sexualiza y vacía de su sentido político el estado de las cosas. Vísceras y tinte. El sistema que administra un país es, sin ir muy lejos, miserable. Recordemos, por ejemplo, que se aumentó el IVA a los alimentos para mascotas, con el siguiente discurso: “Si tienes perro o gato, es porque tienes dinero”. No tarda el rey, en someter a sus súbditos al nuevo impuesto de las cartas luctuosas. También recordemos una cosa más. ¿No hemos visto a los muy hijos de puta, es decir, gobernadores, diputados, funcionarios, gastando el erario en tugurios de mala muerte? Una pequeña pista: Coqueta, el programa de integración cívica de los puteríos. El dildo con USB vibra en el culo de los ciudadanos y transmite datos desde hace tiempo.
¿Qué es un caballo? Una imagen hermosa. Un símbolo de la pureza y la fuerza. Qué rayos sé yo de caballos. Un caballo es un animal bello. Supongo. Y dice Antonio: Búsquelos, usted, en otra parte, porque aquí lo que hay es una ventana hacia el vacío. Pero no el vacío silencioso animal. El hombre cree que el perro es su mejor amigo por el silencio que le devuelve cuando le hace cariños, porque el hombre imagina su respuesta, la respuesta canina, perfecta ideal. Puede ser, ¿no? Que el perro esté diciendo: “Pelado pocos huevos, dame más croquetas y deja de tomarte selfies conmigo, conchudo de mierda, vanidoso mensoloide. Guaf”. Aquí no hay caballos. No los busquen.
Aquí en este libro encontrará, sin embargo, un brutal y honesto reflejo del humano contemporáneo en el que nos hemos convertido. El consumo, el egocentrismo, el placer, la falta de otredad, escenas de películas comerciales como Pearl Harbor para evidenciar la distancia real e histórica de los eventos reales e históricos. El Cine contra la Realidad. El Cine y la Realidad contra Antonio León.
El emperador salió al balcón por la tarde,
Llamó a la tetera del imperio, que ahora le gusta el azúcar,
El emperador dice ignorar las historias de otras islas
El emperador dice que Ben Affleck es puto y su película una mierda.
Algo debe quedar claro. Antonio León no quiere dar lecciones ni trata sus poemas como pequeños receptáculos de moralidad. Su posición es, además de ácida e hilarante, clínica. Trata los textos con chispazos de información popular y se mezclan con otros chispazos de literatura, cine, música. Descubrimos a una joven Leticia Perdigón con vestido en formato haikú y luego, inmediatamente, a Klaus Nomi que nada tiene que ver con las interrupciones de una anciana en su documental y luego los poemas de Drew Barrymore y luego Vladimir Putin no puede evitar que Anderson Cooper baile con Madonna.
Hay muchas referencias y muchas lecturas. Ésta es la mía. Puedo decir que no conozco la poesía pero hay algo claro en el título: aquí no hay caballos. También puedo decir que éste no es el trabajo de un poeta convencional. Antonio forma parte de ese maravilloso grupo de poetas extraños, entre los que se encuentran Ángel Ortuño y Xitlálitl Rodríguez. Antonio está presentando un libro atípico. Y aquí va una pequeña advertencia: Busque poetas en otra parte.