Circo, erotismo y fantasmas: entrevista con Atenea Cruz

Atenea Cruz (Durango, 1984) es una de las personas más entusiastas de la literatura que conozco. A diferencia de otros colegas que se toman muy en serio su oficio, y a ellos mismos, cuando hablo de libros con Atenea me siento cómodo: no hay prisa por demostrar quién sabe más, quién ha leído más, quién escribe mejor. Ella a lo suyo y yo lo mío; practicamos el gusto por la diferencia. Por esto me gusta leerla: su acercamiento a la escritura y lectura es honesto, espontáneo, ameno. En esta ocasión, a propósito de su nueva obra, tuve la oportunidad de hablar con ella sobre fantasmas, erotismo, maternidad, aborto y caballos.

Atenea Cruz se dedica a la docencia y promoción de la lectura. Cuenta con varios libros publicados que van de la poesía (Diario de una mujer de ojos grises, Suite de fieras y Apuntes al reverso de papeles diversos) al cuento (Crónicas de la desolación, La Soledad es una puta) y la novela con Ecos, publicada este año por Tierra Adentro. En esta novela corta, Cruz narra la historia de Celia, una mujer condenada a la infelicidad que nació y se crio en un circo. Así como a la de su madre, Epifania, y sus dos enamorados: Luis, un enano con el que Celia descubre el amor, y Raúl, un soldado raso con el que, al contrario, descubre la desgracia.

En las famosas cátedras de Ricardo Piglia sobre Borges, el argentino cita una teoría del crítico estadounidense Leslie Fiedler que, creo, definiría Ecos de Atenea Cruz: la literatura fantástica surgió a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, es decir entre el fin de la religión (Nietzsche) y el comienzo del psicoanálisis (Freud). Los escritores, dudosos de los dogmas religiosos, dieron rienda suelta a su imaginación para escribir historias de fantasmas y seres paranormales, algo que ya se rastreaba desde el romanticismo, para explorar sus pulsiones psíquicas y sexuales. De esta forma, Celia, el personaje de Atenea, es una mujer que, al rebelarse contra las amarras de su existencia, se convierte en un fantasma preñado de pulsiones y decepciones que decide torturar, por venganza, a su ingenuo esposo, y vivir de recuerdos frustrados.

La narradora de la novela incluso define así a Celia: «Hay quien sostiene que, de acuerdo con su naturaleza, hay dos tipos de principales de fantasmas: los que sufren y los que odian. Celia pertenecía a la segunda clase: rencor puro que horadaba la noche, en una suerte de gruñido bastante similar a los que emitía aquel hijo que siempre detestó».

Con esto en mente, disparo la primera pregunta a la autora.

FS: Lo que me llamó la atención de tu novela es que el personaje principal, Celia, cuenta con pocas opciones en su vida, su destino le ofrece sólo dos: fracasar u odiar. Me parece que es una mujer que decide perseguir sus deseos, tanto vitales como sexuales, y por eso mismo está condenada a no vivir plenamente; tiene todo en su contra: la abuela, la madre, el circo (metáfora de la sociedad), su esposo Raúl. Su nombre mismo significa «caída del cielo» que, más que bendición, parece maldición. ¿Por qué lo decidiste así? ¿Las mujeres están condenadas a fracasar en la búsqueda de sus deseos?

AC: No estoy segura de que eso haya sido una metáfora consciente. Tengo claro que desde que concebí el personaje de Celia decidí que sería una antiheroína que tendría la vida en su contra, quería escribir sobre una mujer que tiene todo para ser feliz (en teoría) pero al mismo tiempo no puede obtener lo que desea; un personaje que experimentara una gama de emociones hasta sus últimas consecuencias. Aunque sí me parece que la sociedad actual sigue tendiendo a vejar y reprimir a las mujeres, lo cual dificulta no fracasar en la búsqueda de los deseos, eso ya es una cuestión para el feminismo y nunca he visto mi novela como panfletaria en ese respecto.

FS: En otra entrevista mencionaste que tu inspiración para la novela ha sido el cine, sin embargo, creo que Ecos entra en la tradición de la literatura de lo sobrenatural. Por ejemplo, cuando la leía no pude dejar de pensar en Cumbres borrascosas u Otra vuelta de tuerca. Fantasmas en pena que odian, aman y atormentan a los vivos. ¿Cuáles obras te gustan de este género y crees que hay alguna que te haya marcado para escribir Ecos?

AC: Resulta curioso que esas dos referencias que mencionas ya que se relacionan con el proyecto: volví a Otra vuelta de tuerca en alguna parte de la escritura; Cumbres borrascosas no la leí con esa intención, pero me impresionó profundamente. Las lecturas que hice exprofeso fueron más encaminadas al tema de la economía de recursos: Mi abuelo, de Valerie Mrejen; Seda, de Alessandro Baricco… en cuanto al género, pienso en Amparo Dávila como una influencia determinante, también es probable que tenga remembranzas de Poe y Maupassant, que son autores que disfruto mucho.

FS: Amparo Dávila es una escritora que aún cuenta con poca audiencia a pesar de ser la gran maestra de este género en nuestro país y a pesar de que hay un mercado muy grande que lo explota, sobre todo en los libros y películas dirigidas para adolescentes. ¿Cómo presentarías a Amparo Dávila a los lectores? ¿Qué te gusta de su obra?

AC: La recomiendo mucho entre lectores y amigos, también cuando doy clases trato de incluir algo suyo en el programa, yo misma llegué a ella por la recomendación de un compañero de la Licenciatura en Letras. Estudié en Zacatecas, así que allá es un poco más sonada, pese a que durante un buen tiempo fue más una joya rara. Últimamente veo que su nombre es más conocido por el premio de cuento que se instituyó, pero me da la impresión de que no está promoviendo mucho que digamos la lectura de su obra y eso es una pena. Lo que me gusta de Dávila es su maestría en la creación de atmósferas y el manejo de la angustia, sus personajes están siempre tensos, como sofocados; todo esto conjugado con gran lirismo.

FS: Una de mis partes favoritas de tu novela es la relación de Celia con Luis, el enano. Cuando ella vivía en el circo, sobre todo el erotismo que se desenvuelve entre ambos. Usas metáforas y descripciones muy sutiles y gráficas para hablar de sus encuentros clandestinos e incluso públicos. En tus otros libros el erotismo es una constante, ¿me equivoco?

AC: Al contrario, estás en lo correcto. El erotismo y la sexualidad son una parte fundamental de mi escritura. Creo que fueron temas que se dieron de manera natural, ya después noté una constante y elegí seguir ese camino porque me parece que pueden abordarse de formas diversas y ricas.

FS: Y, ¿consideras que el erotismo está en crisis dentro de la literatura y la cultura debido a la excesiva pornografía que consumimos? Como escritora que cultivas el género, ¿qué ofrece el erotismo a diferencia de la pornografía?

AC: En realidad nunca me he detenido a reflexionar acerca de una posible crisis en el erotismo literario porque tengo poco tiempo explorándolo de forma deliberada. Ahora bien, me parece que erotismo y pornografía son productos que van encaminados a públicos muy distintos, más que competir me aventuraría a decir que en algunos casos pueden hasta complementarse. Creo que el erotismo exige del lector/consumidor un papel más activo, en tanto que hay que leer e imaginar, descifrar lo insinuado, lo sutil. El erotismo pide lectores investigadores, vamos, que indaguen en la naturaleza del deseo y lo que éste conlleva; mientras que la pornografía busca meros espectadores.

FS: Celia es una mujer que se rebela a ser madre. Su primer hijo lo aborta y el segundo lo asesina. Como a Sor Juana, le da horror la maternidad. Te adentraste en un tema tabú que aún causa muchas controversias. ¿Cómo crees que reaccionen las personas al leer novela? ¿Qué mensaje intentaste transmitir?

AC: Es un tema escabroso, ha levantado ámpula porque en México estar en contra de la maternidad es prácticamente pecado. Lo que más llama mi atención es la tendencia a no despegar el autor de la obra: en un par de entrevistas se manejó que en la novela yo hablaba de mis “experiencias sobre la maternidad”, lo cual es imposible, porque nunca he sido madre. No voy a negar que le presté a Celia un poco de mi propio conflicto ante la maternidad como una imposición social, pero de eso a que lean la novela como una calca de mi persona pues no, quiero decir, yo no ando por ahí matando bebés. En ese sentido lo que quise transmitir fue precisamente la falta que hace cuestionar y desacralizar la maternidad, el derecho a no querer ser madre. Las reacciones de los lectores han sido en general positivas, con todo, hay quien me ha inquirido por qué escribo cosas “tan feas”, pero creo que me preocupaba más ofender a las madres de niños con problemas de labio leporino por referirme siempre a Bruno como un ser monstruoso, aunque ya tuve un par de lectoras en esas circunstancias y no hubo reclamos de su parte.

FS: Esta es otra cosa constante en la novela: el bebé con labio leporino, el enano, los payasos, toda esa demografía circense. ¿Te gustan este tipo de personajes que la gente, aun desgraciadamente, considera anormal, raro?

AC: No me gustan ni me disgustan, simplemente son parte de la realidad y como escritora echo mano de los personajes que mejor se adapten a la historia que quiero contar. No siento especial predilección por lo “raro”, ni lo “oscuro”.

FS: Es curiosa la relación de Celia con los caballos. En el circo, su acto consiste en hacer piruetas con caballos. En la tradición literaria y psicoanalítica, el caballo está relacionado con la sexualidad femenina. Montando un caballo es como precisamente Celia tiene sus primeras experiencias eróticas. ¿Podrías comentar algo al respecto?:

AC: Originalmente Celia era una trapecista, pero conforme avanzaba la escritura me di cuenta de que necesitaba dotarla de algo de lo cual pudiera despojarla para que la separación la quebrara. Con esto en mente (y luego de caerme de un caballo en la sierra) di en el blanco. El caballo es un animal bello, fuerte pero frágil, que es como yo veo a Celia, esa paridad me gustaba. Celia se excita con los caballos porque se parece a ellos, aunque es más salvaje. La simbología psicoanalítica del caballo siempre la he tenido presente y me encantó evocarla, jugar con ella. Me gustan las imágenes poderosas pero sutiles y, en este caso, algo perversas: se puede decir mucho de un personaje con pocos elementos, yo apuesto por una escritura de la brevedad y la contundencia. También fue una suerte que José Luis Arriaga percibiera la importancia de este vínculo y decidiera plasmarlo en la ilustración de portada.

FS: No puedo sino catalogar (por usar una palabra reduccionista) Ecos como una novela romántica: fantasmas, erotismo, oscuridad, exotismo, etc. ¿Estás de acuerdo o en desacuerdo?

AC: Me agrada esta clasificación porque el Romanticismo es mi corriente favorita de la literatura, me identifico con sus valores y preocupaciones; cuando doy clases de Literatura me gustaría poder detenerme un semestre completo en ella, por desgracia tengo que avanzar en el tiempo. También leo mucha literatura contemporánea y más aún mexicana, creo que eso se refleja de igual modo en lo que escribo.

FS: ¿Eres supersticiosa?

AC: La verdad no tanto como para que resulte interesante, quiero decir, no me gusta cruzar por debajo de una escalera y creo que los lugares donde se ha sufrido mucho se cargan de una energía muy especial: mala, pesada; pero nada más. Recuerdo que hace algunos años, cuando todavía vivía en Zacatecas, rentaba un departamento donde pasé cosas muy duras y sufrí bastante. Una temporada me dio por bromear diciendo que cuando muriera iba a regresar a espantar ahí, luego lo llevé más lejos y describía a detalle mi itinerario porque debes tener bien claro qué vas a hacer después de muerto para que la existencia fantasmagórica no te agarre desprevenido; mis amigos se sacaban mucho de onda. Esto fue un par de años antes de escribir la novela, supongo que algo se me quedó guardado y salió ahí. Encuentro interesante lo sobrenatural, pero nunca he tenido contacto con nada fuera de lo común, además soy muy miedosa.

*Francisco Serratos. Es profesor en Washington State University. Escribe sobre literatura, animales, ecología y teoría política. Su más reciente libro es Breve contrahistoria de la democracia (Festina, 2017).

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